Cuatro muertos, cinco heridos y una región en alerta máxima tras una ofensiva criminal que sembró el caos en al menos ocho municipios. La violencia estalló con fuerza este 10 de junio.
El amanecer del martes no trajo luz al suroccidente de Colombia. Trajo fuego. En una jornada que quedará grabada en la memoria colectiva por su brutalidad, al menos 16 atentados sacudieron los departamentos del Cauca y Valle del Cauca, dejando un saldo preliminar de cuatro personas muertas y cinco heridas, según reportó el director de la Policía Nacional, general Carlos Fernando Triana.
La cadena de ataques afectó a municipios históricamente golpeados por el conflicto: Caloto, Toribío, Morales, Miranda, El Bordo, Patía y Jamundí. Pero el golpe más violento se sintió en Cali, donde tres explosiones simultáneas estremecieron los barrios Meléndez, Manuela Beltrán y Marroquín. Las víctimas, aún no identificadas oficialmente, son civiles y uniformados alcanzados por el estallido de carros y motos bomba.
La gobernadora del Valle, Dilian Francisca Toro, no tardó en reaccionar. Convocó un consejo extraordinario de seguridad e hizo un llamado directo al presidente Gustavo Petro, quien visitará la ciudad el miércoles. «Lo que está ocurriendo no puede seguir. Es urgente tomar decisiones integrales para devolverle la tranquilidad a los vallecaucanos», advirtió.
En Cali, el alcalde Alejandro Eder informó que los cuerpos de socorro y la fuerza pública están atendiendo los diferentes frentes de emergencia. «Nuestra prioridad es salvar vidas y proteger a la comunidad. Le pido a los caleños mantener la calma», expresó tras confirmar una nueva detonación en el sector de Los Mangos.
La ofensiva —atribuidas a estructuras armadas ilegales en respuesta a operaciones del Estado— parece tener un claro objetivo: desestabilizar, sembrar miedo, demostrar control territorial. Pero también ha provocado una reacción unánime desde diversos sectores sociales.
“La violencia está desbordada. El Cauca y el Valle no pueden seguir siendo escenario de dolor y guerra”, afirmó Claudia Calero, presidenta de Asocaña, visiblemente consternada.
Por ahora, el balance es de sangre, destrucción y una ciudadanía atrapada entre el ruido de las explosiones y la incertidumbre del día siguiente.
