Por: Emilio Gutiérrez Yance
Dicen que las murallas de Cartagena lo han visto todo: guerras, amores, naufragios y victorias. Pero ahora, también guardan en su memoria el rugido de las motos y el eco de los silbatos que anuncian orden entre el caos. Setenta años han pasado desde que los primeros guardianes del tránsito comenzaron su andar por las vías ardientes de Bolívar. Setenta años de amaneceres vigilados, de pasos firmes y miradas atentas bajo el sol caribeño.
Cada uno de esos años se ha escrito sobre el asfalto con sudor y sacrificio. No son solo cifras: son historias humanas. Historias de hombres y mujeres que han detenido el tiempo con un gesto, que han salvado vidas sin esperar aplausos, y que han hecho de la disciplina un acto de amor por su tierra.




En cada señal de “pare” vive una promesa: la de proteger la vida. En cada control vial, una lucha silenciosa contra la imprudencia y el crimen. Y en cada silbato que corta el aire, resuena la voz de quien ha jurado servir. Bajo el peso del uniforme, hay corazones que laten por Bolívar, y familias que esperan el regreso del héroe que dirige el tránsito del destino.
Hoy, al pie de las murallas que custodian la historia, se celebra no solo un aniversario, sino una herencia viva. La Dirección de Tránsito y Transporte de la Policía Nacional cumple setenta años de servicio, de sacrificio y vocación inquebrantable. Su misión va más allá de las multas o los operativos: es una cruzada por la vida, un compromiso que recorre caminos polvorientos, carreteras infinitas y avenidas urbanas.
Detrás de cada placa hay una historia; detrás de cada uniforme, una familia. Y detrás de estos setenta años, una verdad incuestionable: la seguridad vial es un acto de amor colectivo. Que las murallas, viejas guardianas de piedra, sigan siendo testigos de un futuro donde cada viaje termine en casa.
Porque en Bolívar, los héroes también visten de verde, y su leyenda rueda sobre dos ruedas, bajo el sol del Caribe.


 





