El cáncer es una enfermedad compleja caracterizada por el crecimiento descontrolado de células anormales que pueden invadir tejidos cercanos y propagarse a otras partes del cuerpo. Su desarrollo no ocurre de manera repentina, sino a través de un proceso progresivo que involucra alteraciones genéticas, pérdida del control celular y adaptación al entorno tisular.
Formación inicial: mutaciones genéticas
Cada célula del cuerpo contiene genes que regulan funciones vitales como el crecimiento, la división y la muerte programada (apoptosis). El cáncer comienza cuando estos genes sufren mutaciones o daños en su ADN. Dichas alteraciones pueden ser consecuencia de diversos factores: exposición a sustancias cancerígenas (como el humo del tabaco o el asbesto), radiaciones ultravioleta o ionizantes, infecciones por virus o bacterias (por ejemplo, el virus del papiloma humano o Helicobacter pylori), predisposición genética hereditaria o errores espontáneos durante la replicación celular.
Pérdida del control del ciclo celular
El organismo cuenta con mecanismos de regulación que equilibran la proliferación celular. Los genes supresores de tumores, como el p53, actúan como frenos que detienen la división ante daños genéticos, mientras que los oncogenes funcionan como aceleradores del crecimiento. En las células cancerosas, los frenos dejan de funcionar y los aceleradores quedan permanentemente activados, lo que provoca una multiplicación continua y descontrolada.

Formación del tumor primario
A medida que las células mutadas se dividen sin control, se forma una masa de tejido anormal denominada tumor. En esta fase, algunas células pueden morir (necrosis), mientras que otras desarrollan la capacidad de generar nuevos vasos sanguíneos —un proceso conocido como angiogénesis— que les permite recibir oxígeno y nutrientes para continuar creciendo.
Invasión local de tejidos
Con el avance del proceso, las células cancerosas pierden su cohesión natural y adquieren la capacidad de desplazarse. Invaden tejidos adyacentes, atraviesan membranas y penetran vasos sanguíneos o linfáticos. En este punto, el cáncer deja de ser localizado (“in situ”) y se convierte en invasivo, afectando estructuras cercanas.
Metástasis: la expansión del cáncer
Una de las características más peligrosas del cáncer es su capacidad para diseminarse. Algunas células malignas viajan por el torrente sanguíneo o el sistema linfático, estableciéndose en órganos distantes donde forman nuevos tumores secundarios. Este fenómeno, denominado metástasis, marca el estadio más avanzado de la enfermedad y complica significativamente su tratamiento.
Progresión y resistencia tumoral
Con el tiempo, las células cancerosas continúan acumulando mutaciones que las hacen más agresivas y resistentes al sistema inmunológico y a los tratamientos médicos. El tumor se vuelve heterogéneo, es decir, está compuesto por diferentes tipos de células con comportamientos diversos, lo que dificulta su erradicación total y requiere enfoques terapéuticos combinados y personalizados.
En conclusión, el cáncer es el resultado de una serie de alteraciones biológicas que transforman células normales en entidades autónomas, invasivas y resistentes. Comprender este proceso en detalle es fundamental para el desarrollo de terapias más efectivas y estrategias de prevención que reduzcan su impacto en la salud pública.