En la memoria de Malagana quedó la certeza de que la esperanza también tiene uniforme, pero sobre todo, tiene rostro de niño.
Por: Emilio Gutiérrez Yance
El sol de Malagana cae a plomo sobre la tierra reseca, y sin embargo, ese día el viento traía otro aroma: no era solo el del polvo antiguo de las calles, sino el de la esperanza recién nacida. El corregimiento, acostumbrado a la rutina áspera de las dificultades, se estremeció como quien recibe de repente la lluvia después de una larga sequía.



La Policía Nacional, de la mano de la comunidad, llegó como un río inesperado que arrasa la tristeza. Bautizaron aquel encuentro con un nombre sencillo y luminoso: “Rescatando Sonrisas”. Y fue, en efecto, un rescate.
Las risas de los niños comenzaron a multiplicarse como campanas invisibles, desarmando los silencios que el miedo había dejado colgados en las paredes de las casas. La plaza se llenó de juegos, dibujos, canciones y abrazos; un jardín brotó en medio del árido paisaje.
Pero no solo eran juegos. Bajo la sombra de los árboles, las mujeres escuchaban cómo levantar su voz frente a la violencia, cómo convertir su silencio en fuerza. Allí se hablaba de la línea 155, del gesto secreto de pedir auxilio, pero también de la dignidad, de la certeza de que no estaban solas. Una madre, con los ojos brillantes, murmuró: “Es importante saber que la Policía está aquí, no solo para cuidarnos, sino para caminar con nosotras”.
Los niños, por su parte, aprendían que su cuerpo es territorio sagrado. “Nadie puede tocarme donde no quiero”, dijo Sofía, una niña de ocho años, como si acabara de descubrir un tesoro escondido en su propia piel. Su voz fue celebrada como una victoria compartida.
En cada rincón, la estrategia “Seguros, Cercanos y Presentes” se tejía con hilos invisibles: policías que ya no eran solo uniformes, sino vecinos, consejeros, escuchas atentos. Padres de familia se miraban entre sí con un alivio que pocas veces se siente: “Ver a mis hijos sonreír y aprender cosas nuevas es lo más gratificante”, dijo un hombre conmovido, como quien ha visto florecer un árbol después de años de sequía.


El Coronel Alejandro Reyes Ramírez, con voz serena, dejó caer palabras que parecían semillas: “Nuestro compromiso es proteger la infancia y fortalecer el tejido social. ‘Rescatando Sonrisas’ es una muestra de que, trabajando juntos, podemos construir un futuro más seguro y esperanzador para nuestros niños y niñas”.
Cuando la jornada terminó, Malagana no era la misma. Había quedado tatuada por la risa de cien niños y el agradecimiento de padres y madres que volvieron a creer en la fuerza de lo colectivo. Ese día, el pueblo descubrió que las sonrisas, cuando son rescatadas, se convierten en llaves mágicas capaces de abrir los portones del porvenir.
Y en la memoria de Malagana quedó la certeza de que la esperanza también tiene uniforme, pero sobre todo, tiene rostro de niño.