El agua baja, pero la desconfianza sigue alta. En Manatí (Atlántico) y San Cristóbal (Bolívar) celebran —con cautela— la caída progresiva en el nivel del Canal del Dique. Una noticia que parece traer alivio a los corregimientos que han vivido con el agua al cuello… literalmente.
Después de años viendo cómo la laguna del Guájaro se convertía en una amenaza más que en una aliada —por cuenta del descontrol en el manejo de las compuertas, lluvias sin tregua y una gestión del riesgo que muchas veces parece un chiste de mal gusto—, esta bajada de nivel se recibe como un pequeño milagro.
Los beneficiados: comunidades como La Peña y Aguada de Pablo, que ya han tenido que llorar cultivos perdidos, calles vueltas ríos y casas a medio hundir. Hoy respiran un poco más tranquilos… pero no bajan la guardia.
Porque si algo ha quedado claro en esta historia, es que la naturaleza puede ser implacable, pero la improvisación estatal es peor. Por eso los pobladores siguen exigiendo con fuerza:
- Vigilancia estricta en las compuertas del Guájaro.
- Un manejo técnico, no al ojo por ciento, del agua.
- Y presencia real de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo, más allá de discursos y promesas.
El llamado es claro: ¡basta ya de apagar incendios (o inundaciones) con pañitos de agua tibia!
¡El agua baja, sí, pero las exigencias suben! Las comunidades del Dique quieren seguridad, no sustos; planificación, no pañitos; y respuestas oportunas, no excusas de siempre.
