Un estudio global revela que una práctica costera común es una bomba de tiempo para los ecosistemas marinos. El caso de Puerto Velero, en el Caribe colombiano, lo confirma.
A simple vista, parecen inofensivos. Amontonados como muros improvisados, los sacos de arena plásticos se convierten en la primera línea de defensa contra el avance del mar. Se les ve en playas, dunas, al borde de hoteles y casas que luchan por no caer en las aguas. Sin embargo, lo que por años fue considerado una solución rápida y económica para mitigar la erosión costera, hoy emerge como una fuente silenciosa de contaminación marina a escala global.
Así lo demuestra un estudio reciente publicado en la revista científica Marine Pollution Bulletin, que ha sacado a la luz el costo ambiental oculto de estos sacos: cada uno puede liberar entre 1 millón y 100 millones de microplásticos, partículas invisibles que terminan en el agua, en la arena, en la cadena alimenticia… y finalmente en nuestros cuerpos.
Un enemigo cotidiano en la lucha contra el mar
El estudio, titulado The Environmental Legacy of Coastal Sandbags (El legado ambiental de los sacos de arena costeros), es el primero en cuantificar de forma precisa el impacto de estos elementos en los ecosistemas marinos. La investigación detalla cómo el plástico tejido que compone estos sacos se degrada rápidamente cuando queda expuesto al sol, la sal y la humedad. Lo que empieza como una barrera de protección termina fragmentado en miles de millones de fibras microscópicas.
Este material no solo contamina las aguas, sino que afecta la morfología de las playas, altera los ciclos naturales de erosión y deposición de arena, y puede desplazar la fauna nativa. Es, en palabras del profesor Nelson Rangel-Buitrago, coautor del estudio y docente de la Universidad del Atlántico, “una solución temporal con consecuencias permanentes”.
Puerto Velero: una postal del descuido
Uno de los casos más contundentes analizados en la investigación es el de Puerto Velero, en el departamento del Atlántico. Allí, como en muchas zonas costeras del Caribe, se utilizaron sacos de arena para proteger la infraestructura turística de la fuerza del mar. Sin embargo, con el paso del tiempo, los costales colapsaron, fueron abandonados y comenzaron a desintegrarse.
Hoy, las playas de Puerto Velero muestran un rostro distinto: los residuos plásticos están incrustados en la arena, los restos de los sacos sobresalen entre las olas y el paisaje ha cambiado. El estudio documenta cómo este abandono no solo contaminó la playa, sino que agravó la erosión en otras áreas cercanas, modificando el perfil costero.
“La historia de Puerto Velero es el reflejo de lo que ocurre en muchas costas del mundo: se aplican soluciones improvisadas sin prever sus consecuencias ambientales a largo plazo”, advierte Rangel-Buitrago.
Un vacío en la regulación ambiental
Uno de los hallazgos más alarmantes del estudio es que los sacos de arena ni siquiera figuran en los programas internacionales de monitoreo de basura marina. A pesar de su uso extendido en zonas vulnerables, su degradación y abandono no están siendo registrados ni regulados.
El equipo de científicos, en el que también participaron expertos del Ifremer (Francia) y la Grand Valley State University (EE.UU.), propone que se incluya este tipo de residuos en los estudios de impacto ambiental. Además, hacen un llamado urgente a que las autoridades implementen protocolos de retiro tras su uso y promuevan alternativas sostenibles, como sacos biodegradables o soluciones basadas en la naturaleza, como la restauración de manglares y dunas.
Ciencia colombiana con impacto global
Este estudio no solo marca un precedente en la investigación ambiental marina, sino que destaca el papel de la Universidad del Atlántico como líder regional en ciencia costera. La publicación en una de las revistas más influyentes del mundo en temas de contaminación marina confirma la calidad y el alcance de sus investigaciones.
Para los investigadores, lo más importante ahora es que los resultados sirvan como punto de partida para una reflexión global. Porque detrás de cada saco abandonado en una playa hay una historia de desinformación, urgencia y desinterés ambiental.
“Este trabajo busca precisamente llenar ese vacío y abrir el debate”, concluye Rangel-Buitrago. “La protección costera no puede seguir basada en soluciones de corto plazo que terminan causando más daño que beneficio. Es hora de mirar hacia la sostenibilidad, hacia lo que realmente protege: el equilibrio de la naturaleza”.