La historia entre Laura Sarabia y Gustavo Petro comenzó como una alianza férrea y terminó como un distanciamiento inevitable. Este miércoles, la ahora exministra de Relaciones Exteriores hizo pública su renuncia, con una extensa y cuidadosamente redactada carta en la que —sin decirlo del todo— retrató el desgaste de una relación política que alguna vez fue inquebrantable.
Sarabia se va del Gobierno tras una serie de tensiones acumuladas, silencios cargados de señales y, finalmente, una desautorización pública del presidente que marcó el punto de quiebre. “Hay decisiones que no comparto y que, por coherencia personal y respeto institucional, no puedo acompañar”, escribió en una carta que sonó más a despedida emocional que a trámite burocrático.
Una ruptura anunciada
Laura Sarabia no es una funcionaria más. A sus 31 años, fue la mujer de mayor poder dentro del gobierno Petro: jefa de gabinete, directora del Departamento de Prosperidad Social, líder del DAPRE y finalmente canciller. Un meteórico ascenso que contrastaba con su bajo perfil público. En los pasillos del poder se decía que era “la única a la que el presidente escuchaba sin discutir”.
Pero ese canal de confianza empezó a erosionarse. La gota que colmó el vaso fue el caos en la licitación de los pasaportes, un proceso lleno de vacíos, incertidumbres y presiones internas. Mientras Sarabia exploraba una prórroga técnica con la firma Thomas Greg & Sons, Petro —desde Sevilla— desautorizó la idea públicamente y acusó de fraude a quienes lideraban el proceso en su propia Cancillería. La humillación fue directa, y en política, eso rara vez queda sin consecuencias.
A esto se sumaron diferencias estratégicas con el ala más ideológica del Pacto Histórico, que nunca vio con buenos ojos el estilo pragmático de Sarabia, sus nexos con el sector empresarial, y su cercanía con figuras como Armando Benedetti, con quien terminó enfrentada tras el escándalo del 2023.
Un gabinete en constante mutación
La salida de Sarabia agita aún más un gabinete que no ha logrado consolidarse. En menos de tres años, Petro ha rotado ministros con frecuencia, muchas veces por diferencias políticas, otras por escándalos o presiones externas. Esta renuncia no solo representa la pérdida de una funcionaria clave, sino que evidencia la tensión entre el ala técnica y el corazón ideológico del gobierno.
Mientras tanto, el presidente no ha anunciado oficialmente quién reemplazará a Sarabia en la Cancillería, una decisión que será fundamental en momentos en que Colombia enfrenta desafíos diplomáticos con Estados Unidos, dificultades internas con la migración y cuestionamientos sobre la legalidad de los contratos estatales.
De aliada fiel a figura incómoda
Laura Sarabia no fue una simple ministra. Fue operadora, estratega, negociadora y —según muchos en Palacio— el “cerebro logístico” detrás de las decisiones del presidente. Su salida no solo deja un vacío técnico, sino también simbólico. El último cargo que ocupó, la Cancillería, fue una apuesta del presidente por mantener su entorno cerrado, aunque ello implicara ignorar los reparos por su falta de experiencia en relaciones internacionales.
Pero la distancia creció. El regreso de Benedetti al radar del presidente —según fuentes cercanas— también jugó un papel clave en su salida. El escándalo de las “chuzadas”, aún sin resolverse del todo, volvió a flotar sobre la superficie.
Y en el fondo, persisten las investigaciones por presuntas irregularidades en la financiación de la campaña presidencial del 2022. Aunque no hay señalamientos formales contra Sarabia, su cercanía con la estructura central de la campaña ha hecho que su nombre aparezca con frecuencia en los expedientes políticos y mediáticos.
¿Qué sigue para Sarabia y para el Gobierno?
Por ahora, la exministra deja claro que su renuncia es definitiva. “Me retiro con la tranquilidad de haber obrado con integridad”, concluyó en su carta, marcando un cierre que huele más a desgaste que a convicción.
En cuanto al gobierno, este nuevo remezón obliga a una recomposición. En un gabinete cada vez más reducido a los incondicionales del presidente, la salida de una figura técnica y moderada como Sarabia puede interpretarse como un viraje hacia posiciones más cerradas, más ideológicas. ¿Ganará coherencia política? Tal vez. ¿Perderá capacidad de diálogo y negociación? Seguramente.
La historia de Laura Sarabia en el gobierno Petro ha sido de luces y sombras, de lealtades cruzadas y de silencios estratégicos. Hoy, su renuncia deja una pregunta clave en el aire: ¿quién queda para hacer el trabajo duro que ella hacía en la sombra?