Lo que hasta hace unos meses parecía impensable finalmente ocurrió: Laura Sarabia, figura clave del círculo de confianza del presidente Gustavo Petro, presentó su renuncia irrevocable al cargo de ministra de Relaciones Exteriores, en medio de una creciente tensión interna por el manejo del contrato de pasaportes en Colombia.
La decisión marca un quiebre político significativo dentro del Ejecutivo. Sarabia no era solo una ministra más. Fue jefa de gabinete, directora del DAPRE, del DPS y finalmente canciller, convirtiéndose en la mujer más influyente del actual gobierno y en una operadora política de máxima confianza del mandatario.
Pero incluso la lealtad más férrea parece tener límites. Y en el caso de Sarabia, ese límite fue la manera en que el presidente desautorizó públicamente su propuesta de prorrogar el contrato con la firma Thomas Greg & Sons, encargada de expedir los pasaportes colombianos.
El detonante: el contrato de los pasaportes
El contrato con Thomas Greg & Sons, empresa que ha operado la expedición de pasaportes durante años, estaba a punto de expirar. La Cancillería —liderada por Sarabia— buscó ampliar temporalmente el contrato bajo una figura de urgencia manifiesta, argumentando que la Imprenta Nacional aún no estaba en condiciones técnicas de asumir completamente la producción de pasaportes a partir de septiembre.
La decisión parecía encaminada y contaba con respaldo técnico. Sin embargo, en una reunión de gabinete, el presidente Petro desautorizó tajantemente la medida, asegurando que la licitación previa era «fraudulenta» y que no permitiría más prórrogas a esa empresa.

“No va a seguir Thomas Greg porque la licitación que estaban haciendo en Cancillería era fraudulenta”, dijo Petro, dejando sin piso la estrategia de su canciller.
La declaración no solo significó una ruptura en la política pública de la cartera que lideraba Sarabia, sino una clara pérdida de respaldo político, desplazando a la Cancillería de su rol central en el proceso.
En su reemplazo, el presidente nombró a su jefe de despacho, Alfredo Saade, para liderar la transición. Una decisión que fue interpretada por analistas como una desconfianza abierta a la línea institucional trazada por Sarabia.
La carta de renuncia: entre gratitud y distancia
En una extensa y cuidadosamente redactada carta, Sarabia agradeció al presidente la oportunidad de haberlo acompañado en los momentos más cruciales de su gobierno, pero dejó claro que su salida obedece a una diferencia de fondo con el rumbo que han tomado algunas decisiones del Ejecutivo.
“En los últimos días se han tomado decisiones que no comparto y que, por coherencia personal y respeto institucional, no puedo acompañar”, escribió.
Su renuncia no es solo una reacción a un episodio puntual. Refleja un proceso de reflexión política y ética, según se desprende de su carta:
“Mi renuncia es el resultado de una reflexión profunda, motivada por la responsabilidad que siento con mi conciencia, con el país y con la forma en que entiendo el ejercicio del poder público”.
En sus palabras también se percibe el costo personal del servicio público:
“Ha sido un camino exigente, con enormes costos personales y familiares, pero también profundamente enriquecedor. Me retiro con la tranquilidad de haber obrado con integridad”.
Un remezón en el tablero del poder
La salida de Sarabia reconfigura el entorno inmediato del presidente Petro. Su renuncia rompe el mito de la lealtad inquebrantable en un gabinete que ha sufrido múltiples salidas, pero pocas tan simbólicas como esta.
Sarabia representaba un puente entre el poder presidencial y la gestión técnica del Estado. Su retiro puede ser visto como una señal de agotamiento en la coalición de gobierno, justo cuando comienza el tramo final del mandato.
El episodio también deja interrogantes sobre el futuro del proceso de expedición de pasaportes, que aún enfrenta desafíos técnicos, y sobre la gobernabilidad interna de un Ejecutivo cada vez más concentrado en el entorno presidencial más cercano.
Una salida con mensaje político
Aunque la exfuncionaria evitó confrontar directamente al presidente, su carta deja una advertencia velada sobre los riesgos de gobernar desde la imposición y la improvisación:
“El poder no se mendiga ni se utiliza para beneficios propios”, escribió, en lo que muchos interpretan como un mensaje de advertencia sobre la forma en que se están tomando las decisiones en Palacio.
Finalmente, cerró su carta con una frase que puede leerse como legado, despedida o deseo de redención:
“Colombia sí puede ser una potencia de la vida. Ese sueño exige unidad, humildad y decisiones valientes. Ojalá logre construirse en esta recta final”.
La renuncia de Laura Sarabia no solo es una pérdida para el gabinete de Petro. Es, sobre todo, un síntoma de la tensión interna de un gobierno que entra en su fase decisiva, con desafíos crecientes, alianzas frágiles y decisiones que ya no solo dividen a la oposición, sino al propio corazón del poder.