A sus 25 años, Luis Alfredo Vergara Juliao tenía claro que la vida era cuestión de disciplina, sueños y paciencia. Estudiante de Ingeniería Industrial en la Universidad del Atlántico, ya cursaba sexto semestre mientras exploraba su pasión por el modelaje, una vocación que cultivaba frente a los espejos y detrás de las cámaras de amigos fotógrafos.
“Estaba en el camino del modelaje”, dijo con voz quebrada una de sus familiares más cercanas. “Pero también quería graduarse de ingeniero para hacer sentir orgullosa a su mamá”.
Ese proyecto de vida, sin embargo, fue abruptamente truncado la noche del lunes festivo 2 de junio, cuando sicarios irrumpieron en medio de una fiesta electrónica en la finca Eco House Villa de Olvega, ubicada en el kilómetro 7 de la vía al mar, entre Barranquilla y Puerto Colombia. Un disparo certero en el cuello acabó con los sueños de Luis Alfredo, y dejó un vacío imposible de medir entre quienes lo querían.
“Él no tenía nada que ver con eso”
El ataque, que dejó además otras dos víctimas mortales —Ronald José Alarcón Castrilleros y Maciel Karina Gómez, una joven comunicadora social y DJ— también produjo nueve heridos. Entre ellos, según las autoridades, se encontraba un hombre identificado como alias ‘Choco’, presunto miembro de la banda criminal ‘Los Costeños’, que sería el verdadero objetivo del atentado.
Luis Alfredo, en cambio, no tenía ninguna relación con organizaciones delictivas. Así lo afirmaron sus familiares, quienes hoy exigen justicia y respeto por su memoria.
“Quiero que las autoridades limpien su nombre. Están diciendo cosas que no son. Él estaba allí por la música, por pasar un rato con amigos, nada más”, dijo su allegada.
La familia se enteró de la tragedia por llamadas confusas de conocidos. “Nos dijeron que había un tiroteo en una cabaña y que había heridos en la Clínica Portoazul. Pero Luis nunca llegó allí. Él murió en el lugar, sin siquiera tener la oportunidad de defenderse”.
El país de los sueños rotos
Luis Alfredo representaba esa juventud barranquillera que lucha por abrirse paso entre la educación, el arte y las oportunidades limitadas. Era un joven sin antecedentes judiciales, sin enemigos conocidos, sin deudas con la vida, solo con metas.
Hoy su nombre engrosa una estadística dolorosa: la de jóvenes asesinados en medio de un conflicto urbano que, entre armas y rumbas sin control, sigue desangrando a las familias del Caribe colombiano.
La investigación está en curso, pero para su familia, el daño ya está hecho. “Lo que pedimos es que no olviden su nombre. Que no lo ensucien. Y que nos digan quiénes fueron. Porque nos arrebataron a alguien que tenía todo por vivir”.
