Hay mujeres que no llevan tu sangre, pero laten contigo. Que no te dieron la vida, pero te la transformaron. Que no estuvieron en tu primer respiro, pero sí en tus primeros pasos, tus lágrimas, tus sueños. A ellas, en este Día de las Madres, queremos rendir un homenaje que nace desde el corazón: a las madres de crianza.
Ellas no siempre aparecen en las fotos de ecografías ni en los árboles genealógicos, pero sí en los recuerdos más cálidos de la infancia, en la voz que calma, en las manos que abrigan, en la mirada que guía. Son tías, abuelas, madrinas, hermanas, amigas… mujeres que eligieron ser madres desde la entrega y no desde la biología.
Ser madre de crianza no es un rol, es un acto de amor profundo. Es preparar el desayuno antes de ir al trabajo. Es correr al hospital a medianoche. Es acompañar tareas, celebrar logros, consolar caídas, sembrar valores. Es dar sin pedir. Amar sin condiciones. Permanecer, incluso cuando todo se hace difícil.
Muchas veces lo hacen en silencio, sin medallas ni aplausos, cargando en sus espaldas responsabilidades inmensas y en su pecho un amor que no pide nada a cambio. Pero ese amor transforma. Restaura. Salva. Y eso las convierte en madres, en toda la extensión de la palabra.
Hoy, más que flores o tarjetas, merecen gratitud. Porque su maternidad es un regalo al mundo. Porque en cada niño que crece amado, hay una mujer que eligió ser hogar. Porque sus abrazos construyen futuros y sus palabras siembran esperanza.
A todas ellas, madres del alma, madres de corazón, madres por elección: gracias. Por sostener, por cuidar, por amar. Por ser faro en medio de la oscuridad y abrigo cuando la vida se enfría.
Este Día de las Madres también es suyo. Y el mundo es un lugar mejor gracias a ustedes.