En la intersección de la carrera 53 con calle 53, pleno centro de Barranquilla, una escena de abandono y decadencia rompe con la energía característica del sector. La antigua mansión de la familia Marulanda, que alguna vez albergó la sede de la funeraria Jardines del Recuerdo, se levanta hoy como un monumento al descuido. Justo a su lado, otro inmueble igualmente deteriorado completa el cuadro de lo que vecinos y comerciantes llaman sin rodeos: “una herida abierta en el paisaje urbano”.

Lo que fue una casona de arquitectura sobria y elegante —reconocida por sus balcones, amplios ventanales y detalles de época— se ha transformado en un punto crítico de acumulación de basuras, crecimiento descontrolado de maleza y estructuras visiblemente comprometidas por el paso del tiempo.
El techo se desmorona por sectores, la fachada está manchada por el moho y la pintura descascarada, y los jardines —que alguna vez ofrecieron sombra y belleza— hoy parecen selvas urbanas improvisadas.
La antigua mansión de Paul Grosser, entre el abandono y la nostalgia barranquillera
Ubicada en la carrera 53 con calle 53, la imponente mansión que marcó el inicio del viejo barrio El Prado y que albergó durante décadas la funeraria Jardines del Recuerdo, hoy permanece en completo abandono.
Construida hacia 1920 por el industrial alemán Paul Grosser con la ayuda de reconocidos arquitectos, esta casona pasó por varios propietarios, entre ellos Tirso Schemell y la familia Marulanda, hasta convertirse en 1976 en una de las casas funerarias más reconocidas de la ciudad.

Actualmente pertenece a Rafael Fernández, quien asegura tener planes para transformarla en una casa boutique con diseñadores locales. Sin embargo, el deterioro evidente del inmueble incumple los requisitos para ser declarada patrimonio cultural, lo que le impediría recibir beneficios de conservación.
Vecinos y ciudadanos preocupados por la memoria urbana de Barranquilla piden su intervención inmediata. Proponen que el Distrito la adquiera para restaurarla y convertirla en un museo o centro cultural que honre su historia y legado.
Por ahora, el destino de esta joya arquitectónica sigue en veremos, mientras el tiempo continúa haciendo mella en sus muros.
Un clamor que se repite
Los comerciantes del sector aseguran que el deterioro no es reciente, pero que en los últimos meses ha empeorado. “Esto ya no es solo un tema estético, es un problema de salud pública y de seguridad”, comenta Martha Mejía, dueña de una papelería a pocos metros del lugar. “Se mete gente en las noches, hay ratas, mosquitos, y ni hablar del riesgo de que eso colapse encima de alguien”.
Vecinos del barrio han intentado llamar la atención de las autoridades mediante videos en redes sociales, donde se evidencia claramente el mal estado de las propiedades. En las imágenes, se observan montañas de basura acumulada, maleza que supera el metro de altura y un estado general de abandono que afecta no solo la imagen del sector, sino también el ánimo de quienes aún intentan conservar su entorno.
“No es posible que tengamos edificios históricos cayéndose a pedazos, justo en una zona tan central”, dice con frustración Luis Alfredo Molina, vecino del barrio desde hace más de 40 años. “Esa casa tiene historia, no es cualquier lote vacío. Fue parte de la memoria de esta ciudad”.



¿Qué dice el Distrito?
Hasta el momento, no se ha emitido un pronunciamiento oficial por parte de la Secretaría de Control Urbano y Espacio Público ni de la Oficina de Patrimonio de la Alcaldía de Barranquilla, pese a los múltiples llamados ciudadanos.
Expertos en arquitectura patrimonial han advertido que este tipo de inmuebles, aunque no estén formalmente catalogados como bienes de interés cultural, cumplen un rol importante en el paisaje urbano y en la identidad barranquillera. “Cada vez que una casa como esta se deja morir, perdemos un fragmento del relato colectivo de la ciudad”, explica la arquitecta Patricia Salgado, docente de la Universidad del Atlántico.
Entre el abandono y la especulación
Fuentes cercanas al entorno de la familia Marulanda aseguran que el inmueble lleva años sin uso, y que no hay planes claros de intervención. Algunos especulan con la posibilidad de que se esté esperando una valorización mayor del terreno para venderlo o demolerlo, como ha sucedido en otros puntos de la ciudad. Mientras tanto, la casona se cae sola.
Y no es la única. El deterioro de edificaciones históricas y de valor patrimonial no es un caso aislado en Barranquilla. Desde el Prado hasta el centro histórico, hay decenas de inmuebles en similar estado de abandono, sin que exista una política clara o sostenida de recuperación.

El patrimonio no espera
La ciudadanía exige acciones urgentes. No solo por motivos estéticos, sino por el derecho a habitar una ciudad que reconozca su historia y conserve sus espacios con dignidad. Los edificios hablan, aunque estén en ruinas. Y lo que hoy dice la mansión Marulanda es, simplemente, que Barranquilla está dejando morir sus memorias.