miércoles, diciembre 11, 2024

Conversando con la señora reflexión

By: Andrés Vidriera

Ya no importan las circunstancias, la altura, la perspectiva ni la forma de las cosas. Ya no importan el resto de mis ideas, ni siquiera a mí me importan. Hoy, más que nunca, saboreo las hieles del spleen, esa sensación de vacío, su misma historia con un final distinto. No intento ser romántico, dramático ni nihilista… ¡Es la misma vaina! Cosas y situaciones, afables y adversas, que empiezan o terminan, influenciadas por la estética o la expresión de un ser humano tan voluble y efímero. Por eso, el azul de diciembre ya se torna plomizo, con destellos de cristales que no dejan de caer.

Sí, todo venía en una muerte lenta: su mirada contaminada de heroína, su expresión apagada y ausente. Podría decir que esa quimera se ha materializado en mi inspiración. Al final, la imaginación permaneció tácita en un bosque, sin salir a relucir en este párrafo de tablas, mientras comienza a llover y dentro de mí emerge un dolor suave, como el aroma de las flores de cardamomo. Aunque, con el café derramado sobre la creatividad, es seguro que la premura me empujará a escribir este texto inverosímil.

Qué bien suena el gris en mis oídos, como una especie de otitis psicológica, un concierto magistral… ¡Wow! Parece que estoy escuchando «Rain» de los Beatles. Señoras y señores, sean bienvenidos al maravilloso estado del tiempo donde, a finales de año, el invierno se tiñe de un azul hermoso invadido por un gris puro. Así, quedarse en casa es la mejor opción, para recibir con un festín hogareño a aquellos que no pretenden consumirse en el ego ni en la gloria, en un viernes con rostro de lunes, un viernes común y silvestre.

Sin esperar nada ni a nadie, entre el azúcar del café y la sal del mango descuartizado, observo las nubes inquietas por el invierno y sus huellas en una manta descontrolada de arroyos fenomenales… caos y más caos. Las alfombras de plantas reverdecen, envidiadas por cualquier partido político, y las flores y gusanos devoran su aroma. Sin embargo, el silencio ha sido violado por una gran ráfaga de agua vertical. Ya retraído, comienzo a inspirar al esperpento que habita en lo más profundo de cada hombre, y en especial en uno.

Todo este embeleco de industrias y sus humos, de gente desplazada, de aquellos que sobreviven en los buses animando al pasajero, de quienes arriesgan su vida en medio de avenidas, haciendo maromas para llamar la atención y apenas sobrevivir… Todo ese tedio de los ricos que no habitan su tierra, sino en los pendones o murallas de cada ciudad. Qué interesante y tedioso, ¿verdad? Para estos casos de agravio, a veces es mejor hacer lo inusual, como en este lunes. Así como ahora, escuchar a Robi Draco Rosa y sumergirse en sus letras complejas e intrínsecas, censuradas y algo ligeras. Y qué bien sería tomarse un vinito y escribir, ¿no? Para recordar, sin rencor, en medio del desempleo, lo que realmente deseo en el futuro. No crean que en estos días la poesía, la maldita poesía, no es necesaria; hoy más que nunca la necesito. Así, haciendo este monólogo en el que, bajo cielos grises, acudo a soliloquios sin sentido de gramáticas básicas y expresiones a gritos, muy histriónicas, para darle un poco de numen a la vida.

Oh, tenebroso fantasma y exquisito,
intenso de aromas al buen vino,
canto una confesión a las bestias
que hoy me invitan a su fiesta.

Encendiéndose de cardamomo,
acaba al fin la desmayada tarde.
Me importa si es sábado o martes;
paso a paso, entran los monstruos.

Bajo la misma luna desnuda
y una traviesa penumbra sexual,
recuerdo al burlesco capote rojo…
Distracción agónica del toro.

Ansiedad, delirios y locuras,
amante de sombras y laberintos.
Ya no hay temor a las torturas…
Soy yo a quien solo has elegido.

El día se torna verde y ocre, como para escuchar lo que no es común y escribir para los que no quieren entender, para las musas de las calles, atrapadas en un maniquí, para los sapos que quieren imponer su ritmo y salir en las tarimas o en un programa de radio o televisión. Sigo aquí, escribiendo, un poco débil y afligido, donde nuevamente me encuentro con el amor de toda mi vida: la soledad.

Oh, sí, ella es muy franca y comprensible. No dudo que su caricia también se extienda a otras personas, animales o cosas. No aguanto la risa, y sigue lloviendo. Algo me dijo la mujer de cabellos largos y traslúcidos, mirada profunda como el horizonte, cuerpo en forma de viento y cálida voz femenina. Algo así me decía… Mientras escribía, yo no sé ni por qué recitaba de pronto hacia el techo y más adentro, hacia el haz de luz que entra en mi cuarto, un corto poema al trovador cubano, Silvio.

Abstractas rimas con sabor a rebeldía,
ingenio musical del poder imaginario,
sus ondas y palabras, solemnidad y fantasía,
que solo hablo, recito y canto.

Fina exhortación de palabras crudas
contra el régimen del imperio reaccionario,
de sencillo vestir y arreglos impolutos
en la guitarra, como en sus ensueños diarios.

Lo cierto es que ya me dan igual los teoremas, las fórmulas, los poemas y la magia. Solo resta decir que ya la ramera inspiración abordó esta madrugada, en mi cuarto, y me ha hecho una explicación de quién soy, de mis asiduas reflexiones algo lunáticas y con sabores a cerveza. Sí, es algo parrandera, aunque no para personas sociales, sino para aquellos elocuentes e ininteligibles que buscan en la expresión artística lo vital. Ya sin tanto rodeo, parafernalia o estupideces, así lo digo: yo, el vate, el mensajero de la existencia, el cantante de la vida, minotauro de mi conciencia, el pintor del sonido, el punto blanco en la negra pared o, en algunas situaciones, el punto negro en una blanca pared.

Reflexión Contracultural

Solo es mejor estar
que mal acompañado
y sin dar buen lugar
al crudo resentimiento.

Soy un hombre solitario,
transeúnte del silencio
y del presente olvidado
por sonetos y cuentos.

Cubriéndome de noche,
desahogada con lluvia,
cual cielo que se rompe
y la esperanza que se fuga.

De mis rebeldes palabras
que se tejen en paredillas.
Cual pez que nada en aguas malsanas,
así es el desierto de mi vida.

Frágil sociedad de consumo,
papeles invadidos de compromisos.
Ermitaño o resentido, casi lo mismo,
desaires dicto al vertiginoso mundo.

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