Por David Awad V.
En la calle 30 con carrera 26, (frente a la carrera 27) en pleno sur de Barranquilla, existió uno de esos lugares que no se olvidan, aunque ya no existan físicamente.
El Teatro Mogador fue durante décadas un ícono del entretenimiento popular, un espacio donde las estrellas del cine se mezclaban con las del cielo, y donde el ritual de ver una película se convertía en un evento comunitario.

El Mogador no era un cine más. Su techo abierto lo convertía en una experiencia distinta, casi mágica.
Las noches de proyección eran una mezcla de luces, murmullos, risas y el olor a crispetas recién hechas que flotaba entre las filas de sillas metálicas. A falta de aire acondicionado, los vientos de la noche hacían su parte, y nadie parecía extrañar el confort de las salas modernas.


Por años, el Mogador fue el punto de encuentro de amigos, familias y enamorados.
Las funciones de las 6:30, 8:30 y 10:30 solían estar repletas, sobre todo cuando llegaban los grandes estrenos de Hollywood o las recordadas producciones mexicanas que tanto éxito tuvieron en la época. Era común ver filas que daban la vuelta a la manzana, mientras los vendedores ambulantes ofrecían butifarras, empanadas y refrescos.

Sin embargo, con la llegada de los centros comerciales y las salas de cine climatizadas, el Mogador comenzó a perder público.
La televisión, los videoclubes y más tarde el cine digital cambiaron para siempre la forma de consumir entretenimiento. Poco a poco, las luces del Mogador se fueron apagando, y aquel lugar que alguna vez reunió a todo un barrio terminó sumido en el silencio y el polvo del tiempo.
Hoy, el edificio ya no existe, pero el recuerdo permanece. En la memoria colectiva de Barranquilla, el Mogador sigue vivo como símbolo de una época más sencilla, donde el cine era una fiesta comunitaria y las estrellas no solo brillaban en la pantalla, sino también sobre las cabezas del público.


Su historia, como la de muchos cines desaparecidos, es una invitación a mirar atrás con nostalgia y reconocer el valor de aquellos espacios que hicieron parte del alma cultural de la ciudad. Porque aunque el Mogador ya no proyecte películas, en el corazón de los barranquilleros, su función nunca terminó.