El asesino silencioso que se esconde en tus arterias
No duele. No avisa. No se ve. Pero puede estar ahí, creciendo poco a poco sin que lo notes. Se llama aneurisma, y es una de las amenazas más discretas —y letales— que puede habitar dentro del cuerpo humano.
Un aneurisma es una dilatación anormal en la pared de una arteria. Imagina un punto débil en una manguera que, con el paso del tiempo, se infla más y más hasta que revienta. Así actúa este enemigo invisible: el flujo constante de sangre golpea una zona debilitada del vaso, expandiéndola hasta que no puede resistir más. Cuando se rompe, el desenlace puede ser fulminante.
Lo más inquietante es que puede pasar años sin mostrar señales. Ni dolor, ni mareos, ni avisos. Solo silencio. Por eso, cuando finalmente se manifiesta, suele ser demasiado tarde.
Hay distintos tipos de aneurismas, dependiendo del lugar donde aparecen. Los cerebrales, por ejemplo, pueden causar hemorragias devastadoras que dejan secuelas neurológicas irreversibles. Los de la aorta —la gran autopista de la sangre que recorre el tórax y el abdomen— son especialmente peligrosos: si se rompen, la persona puede perder la vida en cuestión de minutos. También existen aneurismas periféricos, en las piernas o el cuello, que comprometen la circulación y pueden derivar en graves complicaciones.
Las causas son tan variadas como silenciosas. La hipertensión arterial desgasta las paredes de las arterias. El tabaco las vuelve frágiles y vulnerables. La genética juega su papel: si alguien en tu familia ha sufrido un aneurisma, el riesgo aumenta. La aterosclerosis, ese endurecimiento de las arterias por acumulación de grasa, también es un detonante habitual.
El verdadero peligro no está en tenerlo, sino en no saberlo. Una ruptura súbita puede provocar una hemorragia interna masiva, y cada segundo cuenta. No es exagerado decir que un diagnóstico a tiempo puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
La única defensa real es la prevención. Controlar la presión arterial, dejar el cigarrillo, hacerse chequeos médicos regulares y acudir al especialista si existen antecedentes familiares. Un simple examen de imagen —una ecografía, una tomografía o una resonancia— puede descubrir lo que tus sentidos no pueden detectar.
El aneurisma es el enemigo perfecto: discreto, paciente y mortal. Pero también es prevenible. Y conocerlo es, quizá, la mejor forma de desarmarlo antes de que decida atacar.
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