sábado, octubre 11, 2025

Estructura y función: el engranaje anatómico del movimiento

La imagen muestra la compleja arquitectura ósea que hace posible la movilidad y el equilibrio de la parte inferior del cuerpo.

En la zona superior se encuentra el fémur, cuya superficie articular —los cóndilos femorales— se acopla con la tibia, permitiendo los movimientos controlados de flexión y extensión. El tubérculo aductor sirve como punto de inserción para músculos que estabilizan el muslo desde su cara interna. Al frente, la rótula actúa como una palanca natural, amplificando la fuerza del cuádriceps y favoreciendo una extensión más eficaz de la pierna.

Más abajo, la tibia asume el mayor peso del cuerpo. Su tuberosidad tibial es el punto donde se anclan tendones y ligamentos que refuerzan la unión articular. Entre sus cóndilos se ubican los tubérculos intercondíleos, donde se fijan los ligamentos cruzados, esenciales para controlar el desplazamiento y mantener la estabilidad de la rodilla.

A su lado, el peroné cumple un papel complementario: contribuye a la estabilidad lateral y sirve de base para la inserción muscular, aunque no soporta directamente el peso corporal.

Cada superficie, relieve y conexión de estos huesos responde a un propósito biomecánico: distribuir las fuerzas, reducir la fricción y garantizar la precisión del movimiento. Conocer esta organización permite prevenir lesiones, optimizar la rehabilitación y fortalecer la función motora.

La armonía entre huesos, músculos, tendones y ligamentos representa una auténtica ingeniería natural, donde la fuerza y la flexibilidad se equilibran para sostener cada paso. La educación anatómica y el cuidado físico constante son claves para conservar la salud articular y prolongar una movilidad funcional durante toda la vida.

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