A las dos de la tarde del martes 26 de agosto, la cotidianidad del barrio Siete de Abril, en el sur de Barranquilla, se rompió con el rugido de dos motos y el estruendo de un disparo seco que cortó el aire.
Daniel José Soto García, de 24 años, no tuvo tiempo de reaccionar. Estaba en la puerta de su casa, sobre la carrera 4 Sur con 50D, cuando cuatro hombres llegaron a bordo de dos motocicletas. Sin decir una palabra, uno de ellos sacó un arma y le disparó directamente a la cabeza. Fue un ataque fulminante. Preciso. Frío.
Los sicarios huyeron tan rápido como llegaron, dejando tendido sobre el pavimento el cuerpo de Daniel, joven mototaxista con un pasado manchado por una anotación judicial por hurto en 2019, pero —según su familia— intentando rehacer su vida. Entre los agresores, vecinos aseguran haber reconocido a un tal «Kevin», más conocido en la zona como «El Morro».
Vecinos salieron corriendo. Gritos, teléfonos, llanto. Lo subieron como pudieron a un vehículo y lo llevaron a la Clínica Los Almendros. Pero ya era tarde. Ingresó sin signos vitales. La bala fue certera.
Aunque las autoridades no descartan ninguna hipótesis, fuentes de inteligencia sugieren que el crimen podría estar relacionado con un ajuste de cuentas. En este punto, la línea entre víctima y victimario suele ser tan delgada como invisible.
La Policía Metropolitana de Barranquilla asumió la investigación y asegura estar tras la pista de los responsables. La comunidad, mientras tanto, vuelve a guardar silencio, como lo hace cada vez que la violencia habla más fuerte que cualquier voz.
Y así, otra vida joven se apaga bajo el sol ardiente de la ciudad. Otro nombre entra a la estadística. Otro cuerpo cae frente a su casa, en un barrio donde la muerte ya aprendió el camino.