En una ciudad sacudida por la violencia diaria, hay historias que se pierden en el ruido. Una de ellas es la de Alexander Javier Ballestas Madrid, un taxista de 42 años que, como tantos otros, salió a trabajar un lunes festivo sin imaginar que sería su último recorrido.

Alexander no buscaba más que lo básico: llevar comida a casa, sostener a sus dos hijos de 13 y 17 años, y ganarse la vida con dignidad. Esa noche, después de dejar a sus hijos en el suroriente de Barranquilla, recogió una pareja frente al centro comercial Metropolitano. El destino: el barrio Lluvia de Oro, en jurisdicción de Malambo.
Pero el trayecto se convirtió en una trampa. En algún punto del recorrido, los pasajeros se revelaron como delincuentes armados. Lo intimidaron, lo despojaron de su celular y pertenencias, y le exigieron entregar el taxi Hyundai Atos modelo 2007 que conducía. En un intento desesperado por salvarse —y quizás también su carro, su herramienta de trabajo— Alexander abrió la puerta y saltó del vehículo en movimiento.
Fue en ese momento que uno de los agresores disparó. La bala lo alcanzó en el costado izquierdo. Herido, quedó tendido en la vía hasta que un mototaxista lo auxilió y lo llevó al Hospital Juan Domínguez Romero, donde aún tuvo fuerzas para contarle a su hermano lo ocurrido. Dos días después, el miércoles 20 de agosto, a la 1:58 de la madrugada, murió.
Alexander era uno más de los tantos trabajadores invisibles que sostienen a Barranquilla sobre sus hombros. Hoy, su familia llora y exige justicia. “No queremos que este caso quede en el olvido. Si alguien vio algo, si alguien sabe algo, por favor que lo diga”, pidió uno de sus allegados.
Mientras el CTI de la Fiscalía avanza con la investigación, el caso de Alexander Ballestas se suma al drama cotidiano que viven los conductores de taxi y servicio público en la región Caribe. Víctimas del miedo, el silencio y una delincuencia que no da tregua.
Porque a veces, detrás de un carro amarillo, hay una historia que también merece ser contada.