martes, agosto 26, 2025

Un mototaxista asesinado y la Sierra Nevada, otra vez bajo amenaza

Por las calles de Palmor, en la Sierra Nevada de Santa Marta, la mañana del lunes 25 de agosto comenzó como cualquier otra: silenciosa, fresca, rutinaria. Pero en cuestión de minutos, el eco de los disparos rompió la calma del corregimiento. Hugues Amarís Rico, mototaxista y habitante del territorio, fue asesinado en plena plaza por hombres armados que le dejaron un cartel con un mensaje intimidante.

El crimen, atribuido preliminarmente a las Autodefensas Conquistadores de la Sierra (ACSN), revive el temor en una región donde la guerra nunca se ha ido del todo, solo se transforma. Aunque las versiones iniciales señalan un conflicto territorial como la posible causa, lo cierto es que la violencia en la Sierra Nevada se ha vuelto sistemática, silenciosa y cruel.

Una segunda persona resultó herida en el ataque.

Un territorio asediado

Las cifras no son nuevas. Las denuncias tampoco. Desde hace años, organizaciones sociales, autoridades indígenas y campesinas han advertido sobre el control que ejercen los grupos armados ilegales en la zona. Palmor, ubicado en jurisdicción de Ciénaga, Magdalena, se encuentra en medio de disputas por rutas, rentas ilegales y territorio.

La Procuraduría General de la Nación rechazó el asesinato y, en un comunicado, lo vinculó a la creciente vulneración de derechos humanos que viven las comunidades de la Sierra. “Estos hechos hacen parte de las prácticas de control territorial, amenazas y zozobra que el grupo armado ilegal dirige contra la población”, indicó el ente de control, que advierte que más de 8.000 personas están en riesgo permanente.

La exigencia: acciones concretas

El Ministerio Público fue enfático: se necesitan medidas urgentes, pero desde el territorio. Llamó al Estado a reconocer el papel de las autoridades tradicionales y los liderazgos campesinos, e insistió en una atención integral a las familias afectadas.

«La Sierra Nevada debe ser un territorio de vida y no de guerra», señaló.

Mientras tanto, en Palmor, la gente vuelve a encerrarse temprano, la plaza queda vacía antes del atardecer y el miedo se instala, otra vez, como un huésped indeseado pero persistente.

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