Por: JeGman
Bajo una invernal noche, un poeta andariego, ebrio y depresivo, camina por el Cementerio Universal. En su mente resuenan recuerdos de una urbe que antaño fue ejemplar por su civismo y urbanidad, pero que, desde hace más de treinta años, se ha visto envuelta en el caos, bajo el yugo de fuerzas oscuras que controlan a sus grandes soberanos. Esas mismas figuras de poder, mientras aparentan un desarrollo afable, han convertido la ciudad en una sociedad caótica y avasallada.
Este noctámbulo soñador, abatido moralmente, es acusado de abusar de una joven frívola y adinerada. La acusación lo persigue mientras intenta escapar de una evocación erótica: una noche en una mansión de la costa Caribe, compartiendo vino con aquella mujer.
Como consecuencia de aquel hecho, los medios masivos se hacen eco del suceso. El padre de la joven, un poderoso magnate de la ciudad de Barranquilla, muere de un infarto esa misma noche y es poseído por fuerzas oscuras. En su testamento, deja una carta en la que jura venganza. En su ira, extermina a toda la familia del embajador, marcando el inicio de una serie de eventos trágicos.
Jaengo, el protagonista de esta historia, despierta en Grecia tras beber vino mezclado con somníferos. Lo que inicialmente parece una pesadilla se convierte en una perturbadora realidad. Los recuerdos de su relación con la joven lo atormentan: un pendiente roto, manchas de vino en las sábanas y la ausencia de ella en el penthouse lo llevan a pensar que pudo cometer un crimen.
De regreso a Colombia, Jaengo cae en un estado de confusión total. En el aeropuerto ve noticias que lo incriminan y lo amenazan, pero no logra discernir entre la realidad y las historias mitológicas que llenan su mente. En su paranoia, huye de la policía y del alma en pena del magnate capitalista, ahora convertido en una presencia maldita.
Con el paso de las décadas, el magnate, reencarnado en una figura malévola, sigue acechando a Jaengo, invadiendo sus sueños. Jaengo, convertido en habitante del cementerio, lucha con la pérdida de su cordura. En una noche fatídica, mientras sostiene unas flores rojas húmedas, su mente colapsa, confundiendo la realidad con visiones oníricas de un otoño eterno, previo al infierno. Se deja llevar por una fuerza oscura que emana de las tumbas, cayendo en un laberinto ardiente y sombrío, custodiado por dos cancerberos.
Tras forcejear con estas criaturas, despierta dentro de su sueño para encontrarse con imágenes perturbadoras: un globo de cristal que refleja un horizonte desolado y la figura del magnate, ahora poseído por Hades. Más tarde, se enfrenta al minotauro en una batalla en la que, tras una intensa lucha, logra derrotarlo con un puñal, obteniendo una efímera paz.
Jaengo despierta en un calabozo bajo un sol abrasador, enfrentándose a su yo interior, quien le habla en verso. Inspirado por la figura de una diosa doncella, Xian, decide levantarse y buscar la redención. Mientras tanto, en el cementerio, la decadencia se muestra en forma de rituales oscuros, profanaciones y actos de locura que son perseguidos por las sombras de los cancerberos.
En un momento de inspiración, Jaengo destruye ese mundo de maldad. Al desmantelar las tinieblas, la calma regresa, y entre el silencio y la claridad del amanecer, reflexiona en soliloquio sobre su lucha interna.
Finalmente, Jaengo, lúcido y decidido, deja atrás su tormento. Con flores negras y secas, adorna las tumbas mientras arregla las gramas en señal de respeto. Bajo el sol de un día veraniego, busca una nueva oportunidad para reivindicarse, abrazando su existencia y dejando atrás el peso de su pasado.