La violencia no da tregua en el Magdalena. En el barrio San Juan, las balas rompieron la tarde del lunes, dejando muerte, miedo y más preguntas que respuestas.
La tarde del lunes terminó teñida de sangre en Ciénaga, Magdalena. Mientras el sol aún caía sobre las calles del barrio San Juan, un grupo de personas conversaba como cualquier otro día en la calle 31 con carrera 17, sin saber que serían blanco del terror armado.
Dos sicarios a bordo de una motocicleta irrumpieron la calma y abrieron fuego sin contemplación. En segundos, el sonido de los disparos sustituyó las voces. Wilson Pérez Castrillo y Alberto Gutiérrez Carrillo —este último oriundo del corregimiento de Sevillano— cayeron al suelo sin vida. Un tercer hombre resultó gravemente herido.
El crimen fue tan rápido como brutal. Los asesinos huyeron y dejaron tras de sí el grito desesperado de los vecinos, el eco de las detonaciones y cuerpos tendidos sobre el asfalto.
Como de costumbre, las autoridades llegaron después. La Policía Metropolitana de Santa Marta y unidades del CTI de la Fiscalía iniciaron la rutina habitual: acordonaron la zona, buscaron cámaras, tomaron declaraciones. Pero la comunidad se pregunta lo de siempre: ¿servirá de algo?
Hasta el momento, no hay capturas. No se conocen los móviles. Y mientras la investigación avanza —o eso se dice—, los habitantes de Ciénaga siguen contando muertos y viviendo con miedo.
Una vez más, la impunidad le lleva ventaja a la justicia. Y en Ciénaga, como en muchas otras regiones del país, la muerte a bala se ha vuelto una escena demasiado frecuente.
