En Soledad, la muerte no espera al anochecer. Esta vez llegó con el sol de la mañana, justo al lado del cementerio nuevo. Como si el destino se burlara de todo, el cuerpo apareció junto a las bóvedas, en ese espacio donde los vivos se cruzan con los muertos… y nadie pregunta por nadie.
Eran las primeras horas del sábado 26 de julio cuando el silencio del sector se rompió con el grito de un vecino: un cadáver, con signos de violencia, tirado como si no valiera nada. La escena era brutal. La víctima, de no más de 30 años según quienes la vieron primero, tenía heridas que parecían de arma de fuego. Y lo peor: habría sido incinerada allí mismo, en plena vía, como si alguien quisiera borrar hasta el último rastro de su existencia.
La Policía Metropolitana de Barranquilla llegó a acordonar el área, pero más allá de los conos y las cintas amarillas, queda la duda de siempre: ¿quién era ese joven? ¿Qué lo trajo hasta allí? ¿Y quién decidió que su final debía ser ese?
Los investigadores trabajan con lo poco que hay. No hay documentos, no hay testigos que quieran hablar mucho. En Soledad, el miedo también tiene voz, y muchas veces, prefiere quedarse callado.
Una cosa es segura: la violencia sigue encontrando espacio incluso al pie de los cementerios. En un lugar donde debería haber reposo, se sigue sumando dolor.