En una sala judicial del complejo de Paloquemao, donde el silencio pesa más que la fama, Jorge Iván Díaz Lafaurie —mejor conocido como El Churo Díaz— escucha cómo su nombre resuena no en tarimas, sino en documentos judiciales que lo señalan como una pieza clave de una de las estafas más sonadas en el país: más de 45.000 millones de pesos desaparecidos y más de 340 víctimas, muchas de ellas pensionados, profesionales y miembros de la Fuerza Pública.
Todo comenzó con una promesa de oro: «remates inmobiliarios» con altos rendimientos y bajo riesgo, ofrecidos por la empresa Asesores e Inmobiliarios Jurídicos Costa Azul S.A.S., liderada por Beatriz Isabel Castro Pérez, conocida como Mamá Beatri, exesposa del cantante. Fue ella quien, tras su captura en 2016 y condena por estafa agravada, decidió desde la cárcel contar toda la verdad: “Él sabía de dónde venía el dinero… le giré más de 1.200 millones de pesos directamente a sus cuentas bancarias”.
Con ese dinero, según la Fiscalía, El Churo no solo impulsó su carrera artística, sino que compró camionetas de lujo, una casa en Urumita, un apartamento en Santa Marta y hasta un disco de platino. La plata de los ahorradores terminó convertida en símbolos de éxito, mientras decenas de familias quedaban en la ruina.
El juicio, que ahora entra en una etapa decisiva, ha mostrado cómo el cantante habría recibido giros directos de las asesoras comerciales de Costa Azul, y cómo comenzó a vender sus bienes apenas supo que la Fiscalía investigaba su repentino enriquecimiento. Un perito contable forense presentó informes donde quedó claro que los movimientos financieros del artista no cuadraban con los ingresos que declaraba antes de su fama.
En la audiencia, el fiscal fue contundente: “Usted era quien recibía el dinero. Usted daba apariencia de legalidad. Con esos recursos compró propiedades y camionetas que ahora intenta esconder”.
Por ahora, Churo Díaz mantiene su declaración de inocencia, pero la evidencia sigue creciendo: más de 240 testimonios, seguimientos financieros y bienes ocultos a nombre de terceros.
Lo que una vez fue una historia de amor entre un artista prometedor y su mánager visionaria, se transformó en una trama de traición, dinero ilícito y despojo. La música sigue sonando, pero esta vez no desde un acordeón, sino desde las voces de las víctimas que exigen justicia.