Por: Emilio Gutiérrez Yance
En medio de las columnas solemnes del Capitolio Nacional, donde resuenan los ecos de decisiones que han marcado el rumbo del país, se escuchó un aplauso distinto. No era por la aprobación de una ley ni por un discurso elocuente. Era por un hombre sencillo, vestido de uniforme, que ha hecho del servicio una razón de vida. El teniente Sergio Alejandro Fonseca Cuesta, hijo de Úmbita, Boyacá y Comandante de Policía Comunitaria en el departamento de Boyacá, recibió la Cruz de la Solidaridad Social 2025 en un acto cargado de emoción, donde las lágrimas brotaron antes que las palabras.
En el departamento de Bolívar, Fonseca Cuesta no solo fue comandante de la Estación de Policía en Zambrano fue también maestro, gestor, pintor, consejero, payaso, hermano mayor de una comunidad golpeada por la violencia, pero abrazada por la esperanza. Es un policía que se adentra en las veredas para construir con madera, con arte, con amor, un nuevo tejido social.


“Cuando era niño, salía corriendo a abrazar a los policías que llegaban a mi casa en Úmbita. Me ponía el casco, me lo creía por un instante, y entendí que ese uniforme no solo era poder: era servicio”, recordó con voz entrecortada durante su intervención, mientras en primera fila algunos congresistas asentían conmovidos.
La ceremonia, organizada por la Fundación Manos al Cielo en el Salón Boyacá, reconoció una trayectoria que va mucho más allá de las estadísticas y los operativos. Fonseca, con más de 10 años en la Policía Nacional, suma tres carreras universitarias, siete especializaciones y tres maestrías, entre ellas en construcción de paz. Pero su mayor formación, como él mismo lo afirma, viene de la calle, del contacto directo con quienes más lo necesitan.
Durante la pandemia, lideró en un pueblo de Bolívar la construcción de una vivienda para una familia vulnerable. Lo hizo con sus propias manos, acompañado de vecinos y compañeros de patrulla. Ese gesto, casi anónimo, fue captado por un medio local que tituló: “Sergio Fonseca, un policía que vive para servir”. Desde entonces, esa frase lo persigue y lo define.
Ha impulsado proyectos de recreación, parques y espacios artísticos. Se disfraza de payaso para animar a los más pequeños y no duda en bailar o pintar murales si eso significa alejar a un adolescente de las drogas. “Para ser un buen policía, primero hay que ser una buena persona”, dijo en su mensaje final, arrancando una ovación que no pedía, pero que se había ganado.


Los policías que inspiran no siempre salen en televisión. A menudo caminan en silencio, cruzan trochas, escuchan más que hablan y se arremangan la camisa para ayudar. Sergio Fonseca es uno de ellos. Por eso, este homenaje no solo celebra sus méritos, sino que honra la vocación verdadera del servidor público: ese que pone a la comunidad antes que al rango, al niño antes que al procedimiento, a la vida antes que al reglamento.
Este oficial nacido el 13 de agosto 1996 en la vereda nueve pilas del municipio de UMBITA y que hoy hace curso de ascenso para capitán, cada mañana se despierta con una sola misión: servir. Y hoy, desde el corazón de la democracia colombiana, ese servicio fue reconocido con una medalla que no pesa por el metal, sino por el alma que representa.
Porque Sergio Fonseca no solo es un policía. Es un sembrador de esperanza. Y en este país herido, eso vale más que mil condecoraciones.