En las calles de San Felipe y Barrio Abajo, los comerciantes ya no solo piensan en ventas, proveedores o facturas.
Lo primero en la mañana es revisar si debajo de la puerta dejaron un panfleto, una nota con amenazas o la ya conocida advertencia del «Bloque Resistencia Caribe» exigiendo cuotas a cambio de no atentar contra sus vidas. Vender pan, ropa o arepas se convirtió en una actividad de alto riesgo.
“Muchos han vendido sus negocios por menos de lo que valen. Otros los cerraron. Algunos ya no están para contarlo”, dice Orlando Jiménez, directivo de la Unión Nacional de Comerciantes (UDECO), con voz firme pero resignada.

La extorsión no es nueva, pero ha recrudecido. Lleva más de seis años instalada en los barrios populares de Barranquilla, desplazando negocios y dejando una estela de miedo, heridas y silencio. Las denuncias recientes se concentran en la calle 70 de San Felipe, pero la práctica se ha expandido como una mancha de aceite a Soledad, Malambo, Montecristo y otras zonas donde la vida vale menos que una deuda con los criminales.
Una lucha con el agua al cuello
Aunque la Policía y el GAULA han reforzado su presencia con patrullajes y visitas puerta a puerta, el problema sigue migrando. Los extorsionistas no se rinden, y los comerciantes muchas veces callan por temor o por no tener otra opción.
“Hay gente que prefiere pedir préstamos para pagarle al criminal antes que denunciar. Viven con el corazón encogido y con la caja registradora medio vacía”, explica Jiménez.
La violencia económica se suma al reto de competir con las grandes cadenas que han aterrizado en los estratos 1, 2 y 3, ofreciendo precios que ningún tendero puede igualar. Supermercados como D1, Ara, Olímpica e Ísimo han reducido aún más el margen de supervivencia del pequeño negocio de barrio. UDECO ha intentado agrupar a los comerciantes para comprar al por mayor, pero el miedo, la falta de recursos y la desesperanza han frenado los esfuerzos.
¿Y la Paz Total?
La organización espera que el Gobierno Nacional, a través de su propuesta de Paz Total, pueda lograr el sometimiento real de las bandas delincuenciales. Pero entre tanto, los comerciantes solo piden una cosa: vivir y trabajar en paz.
“No importa si el gato es verde, blanco, amarillo o marrón, lo importante es que cace ratones”, dice Jiménez, en alusión a que ya no les interesa el color político ni las promesas: lo que quieren son resultados concretos.
Por ahora, mientras algunos pocos locales vuelven a abrir gracias al acompañamiento del GAULA, otros siguen bajando la cortina sin saber si será por unas horas o para siempre.