lunes, junio 30, 2025

“Operación Justicia”: El día que 57 soldados cayeron en manos del miedo en el Cañón del Micay

En la selva espesa del sur del Cauca, en medio del silencio que antecede la violencia, 57 soldados del Ejército Nacional fueron rodeados, desarmados y secuestrados. No fue una turba espontánea. Fue una emboscada social orquestada al detalle por una organización criminal que domina a través del miedo y manipula con precisión quirúrgica: la estructura Carlos Patiño de las disidencias de las FARC.

Esta es la historia no contada del cerco, el adoctrinamiento forzado de menores, la operación militar que evitó una masacre y los rostros ocultos detrás del teatro de “la comunidad indignada”.

El Plateado, epicentro del engaño

Todo comenzó con una captura quirúrgica: la del joven conocido como alias Gugu, apenas 19 años, pero con más poder que muchos adultos. Según inteligencia militar, era el principal reclutador de menores en el suroccidente del país. Su trabajo: reclutar al menos 50 niños por semana, llevarlos a Huisitó y convertirlos en soldados sin infancia.

La reacción fue inmediata. A pocas horas de su detención, más de 200 personas—muchas obligadas—rodearon a los uniformados en El Plateado. Gritaban, empujaban, grababan. Era la fachada de una “protesta ciudadana”. Detrás, la voz de alias Kevin, el jefe de todo, ordenaba los movimientos. Alias Negro Yéferson, especialista en explosivos, coordinaba desde la sombra.

El plan oculto: usar civiles como escudo

Las interceptaciones revelan que la supuesta movilización hacia Popayán era solo una fachada. La verdadera intención era desviar a los militares por un sendero boscosa y eliminarlos en una zona preparada para una emboscada. Quería enviar un mensaje de sangre al Gobierno Nacional. Una masacre simbólica.

Las disidencias no contaban con un factor: Justicia. Así se llamó la operación militar que, en una maniobra relámpago, logró rescatar a los 57 soldados sin disparar una sola bala. Participaron 450 hombres de élite, tres helicópteros, 40 vehículos y un equipo de inteligencia que monitoreaba cada movimiento enemigo en tiempo real.

“No sabíamos si íbamos a volver. Pero no íbamos a dejar a nadie atrás”, narró uno de los soldados rescatados, aún con tierra en el rostro.

Rostros del terror

Detrás de esta operación hay nombres con rostro. Ánderson Vargas, alias Kevin, es el cerebro. Jhon Alexánder Jiménez Marín, alias Zamora, maneja los contactos políticos y rutas. Y Giovanny, el más escurridizo, coordina la logística armada.

Sus estrategias no son nuevas: infiltrar comunidades, adoctrinar niños, manipular la opinión pública y disfrazar operativos armados como levantamientos civiles.

Niñez armada, el precio del abandono

En escuelas abandonadas, decenas de niños son entrenados a diario. Disparan, arman explosivos, emboscan. Según inteligencia, muchos de los atentados recientes en el Cauca han sido ejecutados por menores reclutados a la fuerza. La guerra les robó la voz antes de que pudieran gritar.

El grito del campo: “Ya no más”

Una carta firmada por comunidades campesinas y afrodescendientes de El Tambo rompe el silencio: “Nos obligan a apoyar lo que no creemos, por miedo a ser asesinados, desplazados o silenciados”. Denuncian multas de hasta 500.000 pesos por no participar en las asonadas. Exigen presencia del Estado, no más promesas desde Bogotá.


¿Qué sigue?

Colombia vuelve a mirar al Cañón del Micay, donde la guerra es tan real como la ausencia del Estado. La Operación Justicia fue un triunfo táctico. Pero la pregunta de fondo persiste: ¿cuándo llegará la justicia social a un territorio que solo conoce balas, miedo… y olvido?

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