Por Amalfi Rosales- Opinión
No hablo desde la oposición. No vengo de esas orillas que durante años se beneficiaron de la guerra, del miedo, del clientelismo político o del negocio de la seguridad. Tampoco escribo estas líneas desde el cálculo electoral. Las escribo desde el lugar que he ocupado toda mi vida: el del periodismo crítico, el del compromiso con las víctimas, el de la defensa de los derechos humanos y la memoria de quienes han caído sin justicia.
Fui de las que votó por el cambio. Lo hice con convicción. No por ingenuidad, sino por esperanza. Porque vi en esa propuesta una oportunidad real de desmontar las estructuras de poder que durante décadas se han alimentado del dolor ajeno. Voté por dignidad, por verdad, por justicia social. Pero no voté por esto.
Lo que ocurrió el 25 de junio en Medellín me obligó, como periodista y como ciudadana, a escribir esta reflexión incómoda. El presidente Gustavo Petro subió a la tarima a representantes de la Oficina de Envigado, una estructura criminal históricamente responsable de asesinatos, extorsiones, desapariciones y control territorial violento. Allí, junto a él, los presentó como “voceros de paz”.
El riesgo de una paz sin condiciones
Que el Estado explore salidas negociadas con estructuras ilegales no es, en sí mismo, un error. Colombia necesita caminos distintos para enfrentar la violencia urbana. Lo hemos dicho siempre: la seguridad no puede reducirse a fuerza bruta. Pero toda negociación exige límites, exige condiciones, exige verdad. La justicia no puede ser simbólica ni opcional. No puede haber reconocimiento público sin sometimiento jurídico, sin reparación, sin garantías para las víctimas.
Y, sobre todo, no puede haber tarimas para quienes todavía no han dejado las armas ni respondido por sus crímenes. La paz no puede ser espectáculo.
En ese acto, el Gobierno no sólo rompió los protocolos institucionales. Rompió algo más profundo: la confianza moral de quienes creímos que el cambio era con dignidad y justicia.
¿También con los Costeños y los Pepes?
Se habla ya de replicar el modelo con estructuras como los Costeños y los Pepes, poderosas bandas criminales que azotan al Caribe colombiano. Bandas que controlan barrios enteros, que cobran vacunas al pequeño comerciante, que desaparecen por no pagar, que reclutan adolescentes como soldados del miedo. ¿También ellos serán tratados como actores de reconciliación? ¿También se les dará tribuna sin haber pasado por la verdad?
Esa posibilidad no sólo genera alarma: traiciona el pacto ciudadano que muchos hicimos con el cambio.
No se puede confundir reconciliación con impunidad
Llevo años denunciando a quienes han usado la política para enriquecerse con la guerra. He documentado alianzas entre políticos y paramilitares, corrupción en contratos de seguridad, desvío de recursos destinados a las víctimas. Lo hice sin privilegios, sin seguridad, con una libreta y una grabadora. No tengo lealtades partidistas, tengo principios.
Y por eso hoy no puedo callar.
Porque lo que se vio en Medellín no es paz, es rendición simbólica. No es justicia, es blanqueamiento de crimen organizado. No es reconciliación, es una herida abierta para quienes nunca tuvieron una tarima, ni un micrófono, ni un aplauso.
Una advertencia necesaria
Si el Estado no traza límites claros, si los criminales se convierten en aliados sin haber pasado por los tribunales, el mensaje que se envía es devastador: que el delito paga, que el poder se negocia, que la violencia tiene premio.
La historia nos ha mostrado más de una vez, que las paces sin justicia terminan en nuevas guerras. Que las negociaciones sin control reproducen las estructuras que dicen querer desmontar.
No se trata de rechazar el diálogo. Se trata de exigirle seriedad, justicia y respeto.
Presidente Gustavo Petro Reflexione
Sigo creyendo en el cambio. Sigo creyendo que este país merece una transformación profunda. Pero no bajo el costo de legitimar a quienes aún sostienen su poder con miedo y sangre.
La paz debe tener memoria. La memoria debe tener justicia. Y la justicia, siempre, debe estar por encima de cualquier cálculo político.
Porque yo voté por el cambio. Pero no así.