El rugido de los motocarros, ese sonido cotidiano que forma parte del pulso de Soledad, se extinguió esta semana. Por miedo. Por dignidad. Por sobrevivencia.
Conductores de motocarros decidieron no salir a trabajar tras la aparición de panfletos intimidantes que, bajo amenazas de muerte, les exigen el pago de una cuota extorsiva. La medida de presión del crimen organizado no solo ha silenciado las calles del municipio, sino que ha sumido en la incertidumbre a cientos de familias que dependen del rebusque diario en este oficio informal.
Los efectos son palpables: en barrios como Ciudadela Metropolitana, Soledad 2000, El Percal o La Inmaculada, los motocarros simplemente desaparecieron. En los parqueaderos al aire libre, normalmente repletos de actividad, ahora solo hay filas de vehículos apagados y hombres sentados, mirando al vacío, esperando noticias, protección o al menos, respuestas.
“Hoy no rodamos porque nadie quiere ser el próximo”, comenta uno de los conductores en voz baja, sin atreverse siquiera a mostrar el rostro.
Frente al temor colectivo, la alcaldesa Alcira Sandoval convocó un Consejo de Seguridad extraordinario. En un comunicado, exigió a la Policía Metropolitana de Barranquilla y a los organismos de inteligencia esclarecer con urgencia la procedencia de los panfletos que circulan en redes sociales, los cuales —según versiones extraoficiales— estarían vinculados a enfrentamientos entre grupos ilegales con presencia en el Caribe.





“Es prioritario proteger a este gremio trabajador que hoy está bajo amenaza. No podemos permitir que la extorsión paralice la vida económica y social del municipio”, manifestó Sandoval.
Por su parte, la Policía confirmó que ya se adelantan las investigaciones y que se reforzará el pie de fuerza en zonas críticas, además de brindar acompañamiento a los conductores para garantizar condiciones mínimas de seguridad en el ejercicio de su labor.
Mientras tanto, Soledad vive entre la tensión y la parálisis. La ausencia de motocarros no solo afecta el transporte diario de miles de ciudadanos, sino que también revela una verdad más profunda: la inseguridad ya no solo amenaza desde las sombras, ahora marca el ritmo de la ciudad.