El atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay podría esconder un segundo crimen en la sombra: el intento de asesinato del menor de edad que accionó el arma. Así lo sugiere una hipótesis que toma fuerza entre los investigadores del caso, y que apunta a que el joven sicario no solo fue utilizado como instrumento, sino también marcado para ser eliminado, apenas minutos después del ataque.
La historia, de por sí escalofriante, se volvió aún más inquietante cuando las cámaras de seguridad y el relato de testigos revelaron lo ocurrido tras los disparos del pasado lunes en el occidente de Bogotá. El menor, de apenas 14 años, intentó escapar tras disparar contra el vehículo en el que se movilizaba Uribe Turbay. Pero en vez de encontrar una ruta de huida, se convirtió en presa.
Persecución brutal y un posible intento de ejecución
En las imágenes analizadas por las autoridades, se observa cómo el joven corre desesperado mientras dos hombres lo persiguen. Uno logra alcanzarlo, lo derriba con violencia y comienza a golpearlo con saña. El otro, según varios testigos, lanza una frase perturbadora: “No tengo nada que perder, se ganó su puñalada”, mientras introduce la mano en su chaqueta como si buscara un arma blanca.
Según información confirmada por una fuente cercana a la investigación, fue la intervención de un tercer hombre —presuntamente parte del equipo de seguridad de Uribe— lo que impidió que el adolescente fuera apuñalado en plena vía pública. Los dos agresores huyeron del lugar de inmediato. Uno de ellos ya se presentó ante la Fiscalía, pero hasta el momento no se ha revelado su rol específico ni si mantiene algún vínculo con los autores intelectuales del atentado.
¿Silenciar al tirador? La pieza que encajaría en un plan mayor
Para los investigadores, la violencia contra el joven no fue una reacción espontánea o el resultado de un intento de linchamiento ciudadano. Se trataría, por el contrario, de una pieza más dentro del engranaje criminal: un intento deliberado por silenciar al menor, para impedir que revelara nombres, instrucciones o conexiones con los verdaderos responsables del atentado.
Esta hipótesis se sustenta en la crudeza de la agresión, la frase escuchada por los testigos y la secuencia exacta de los hechos, que indican premeditación. «La intención no era castigarlo. Era callarlo», dijo a este medio una fuente reservada vinculada al proceso investigativo.
El menor, clave para esclarecer el caso
El joven sicario se encuentra bajo custodia del Estado. Su testimonio se considera clave para reconstruir la cadena de mando detrás del atentado, esclarecer cómo fue reclutado, quién lo entrenó, y sobre todo, quién ordenó matar a Miguel Uribe. La posibilidad de que alguien buscara ejecutarlo tras cumplir su misión convierte al caso en un crimen de múltiples capas, con una estructura de ejecución que sugiere una organización bien financiada y sin escrúpulos.
Silencio, miedo y poder: el telón de fondo
Este episodio ha despertado una oleada de preocupación en círculos políticos y judiciales. No solo por la amenaza directa contra un senador en ejercicio, sino por lo que revela sobre los métodos utilizados por quienes quieren imponer el silencio a través del miedo. Que se haya usado a un menor como arma de asesinato y luego se intentara desecharlo como una pieza desechable habla de un nivel de criminalidad estructural y despiadada.
La Fiscalía y la Policía avanzan en la investigación, mientras crecen las voces que piden celeridad, protección para los testigos y un esclarecimiento total del caso. Miguel Uribe, por su parte, continúa en estado crítico, pero estable, en la Fundación Santa Fe.
El país, mientras tanto, espera respuestas. Y justicia.