Por: Emilio Gutiérrez Yance
Las hojas secas, que hasta hace poco crujían bajo los pies indiferentes, yacían recogidas en bolsas negras. El sol pidió asomarse temprano. Se filtró entre los árboles del parque porque algo distinto estaba por ocurrir. Las paredes, que llevaban años hablando en voz baja con grafitis descoloridos, lucen una piel nueva.
En el corazón del barrio José Antonio Galán, la Policía Nacional puso el ejemplo. Llegaron con escobas en mano y la convicción bien metida en el pecho. La jornada comenzó con acción. Junto a ellos, se sumaron los hombres de Aseo Pronto, los guardianes del INPEC, los Carabineros de la seccional ambiental y la comunidad que decidió que el parque también les pertenecía.

Arengas y promesas huecas quedaron lejos. Solo manos que pintaron, barrieron, sembraron, limpiaron. Cada brocha arrastraba algo más que pintura; empujaba el olvido, disolvía el abandono. El parque, ayer rincón de sombras, esta mañana abrió sus brazos a los niños que llegaron con sus risas como campanas. Uno trepaba por la resbaladera mientras otro corría detrás de una pelota. Sus voces tejían una nueva melodía para el barrio.

Una vecina de blusa floreada y mirada firme sacó una silla plástica y observó en silencio. Guardó las palabras, pero sus ojos lo dijeron todo: hacía tiempo sin ver tanta gente reunida sin miedo, sin que mediara una emergencia o una queja.
Esta recuperación de entornos dejó algo más que limpieza. Fue una siembra. Cada pincelada y cada arbusto recién plantado echó raíces en la conciencia de los habitantes. La estrategia busca otra cosa más difícil: que la gente se apropie de lo que le pertenece. Que vea en ese parque un reflejo de sí misma.


Los oficiales de la Policía Comunitaria apartaron las cifras. Su mensaje caminó por otro sendero: el delito se previene con actos sencillos. La convivencia mejora cuando se trabaja con quienes habitan el territorio. La seguridad también se riega, se barre y se pinta.
Al cerrar la jornada, el parque lucía distinto. Respiraba distinto. Alguien abrió una ventana en el alma del barrio. Y por esa ventana entraron los colores, la dignidad y la esperanza.
Cuando la comunidad y sus instituciones se encuentran en el mismo lugar y en la misma causa, toda maleza encuentra su final. El barrio florece. Aunque el sol queme o el tiempo apriete, siempre resulta posible sembrar donde antes solo reinaba el silencio.