A simple vista, parece una escena de película postapocalíptica: paredes agrietadas, techos desmoronados, ventanas inexistentes y estructuras corroídas por el tiempo. Pero no, es la cruda realidad de un edificio en ruinas ubicado en la intersección de la Calle 72 con Carrera 46, en pleno centro de Barranquilla.
La construcción, que alguna vez fue símbolo de actividad y desarrollo urbano, hoy está al borde del colapso, representando un grave riesgo para peatones, residentes y comerciantes de la zona. El deterioro es tan evidente que el inmueble parece sostenerse apenas por inercia.
Vecinos y transeúntes han manifestado su preocupación constante. “Esto es una bomba de tiempo. Nadie hace nada, pero cuando ocurra una tragedia, ahí sí vendrán con los sellos y las cintas amarillas”, expresó una comerciante de la zona que prefirió no dar su nombre.
La ausencia de intervención por parte de las autoridades distritales es alarmante. No hay señalización de riesgo visible, ni trabajos de prevención, ni planes de recuperación o demolición controlada. Mientras tanto, cientos de ciudadanos pasan a diario junto a una estructura que podría venirse abajo en cualquier momento.
Barranquilla no puede seguir permitiendo que el abandono y la negligencia urbanística se normalicen. Este edificio, en medio de una de las zonas más transitadas de la ciudad, no solo es un símbolo de deterioro físico, sino de una institucionalidad que mira para otro lado ante el evidente riesgo estructural.
¿Qué más tiene que pasar para que actúen?
¿Será necesario que haya víctimas para que las entidades encargadas hagan su trabajo?
