viernes, mayo 9, 2025

“Construyendo paz en el Sur de Bolívar”

Por: Emilio Gutiérrez Yance

El sur de Bolívar es como una chalupa que serpentea entre las aguas lentas de un río inmenso, cargando sueños, nostalgias y faenas. Allí el sol no da tregua, pero su luz también alimenta los campos y las almas. Es tierra de garzas que sobrevuelan las ciénagas al amanecer, de campesinos que madrugan a domar la tierra, de mujeres fuertes que caminan con dignidad entre el polvo y el maíz. En ese rincón noble de Colombia, golpeado durante décadas por el olvido y las armas, la Policía Nacional decidió sembrar una semilla distinta: la semilla de la paz.

Quien esto narra ha sido testigo de una historia tejida con paciencia y con manos firmes. Todo comenzó en el año 2024, cuando el Mayor Walter Deiber Ramos Romero asumió la jefatura del Grupo Territorial para la Paz del Departamento de Policía Bolívar. Bajo su liderazgo, se conformó un equipo de policías con vocación comunitaria, convencidos de que la verdadera seguridad debe construirse desde el corazón del pueblo.

La estrategia no era fácil. Las heridas estaban abiertas y la desconfianza flotaba en el aire como el polvo de los caminos. Pero la policía llegó con algo más que lo tradicional, llegó con acciones concretas. Se tocaron puertas con respeto, se caminó bajo el sol junto a los líderes sociales, se compartió el café de las mañanas y las preocupaciones de cada familia. El fuerte de la tarea era escuchar y no sólo hablar.

Al principio, la comunidad los miraba de reojo. Costaba creer que una fuerza históricamente distante ahora buscara abrazar. Pero con el paso de los días, los rostros se suavizaron. Las conversaciones florecieron. Donde antes había silencio, empezaron a brotar voces, canciones y planes.

Cuando la confianza comenzó a echar raíces, se realizó un diagnóstico participativo con niños, niñas y adolescentes del territorio. Aquella caracterización, además de aportar datos, reveló sueños aplazados: jóvenes con talento que pedían una oportunidad, niños que querían jugar sin miedo, adolescentes que ansiaban un horizonte distinto.

Fue entonces cuando el Mayor Ramos, con el respaldo de la Unidad Policial para la Edificación de la Paz, impulsó diversas iniciativas sociales. Nacieron programas como “Jóvenes Constructores de Paz”, “Alianzas Deportivas por la Paz” y “Semilleros de Fútbol por la Paz”. Estas iniciativas se tatuaron en el corazón del pueblo. Hoy, más de 500 jóvenes participan activamente, alejándose de las redes de violencia y encontrando caminos de diálogo, creatividad y convivencia.

La paz —esa palabra grande y a veces esquiva— comenzó a tener rostro y cuerpo. Se vio en la cancha polvorienta donde los niños corren detrás de un balón, se oyó en la risa de una niña que canta con su grupo artístico, se sintió en la reunión de una asociación que trabaja por el bienestar común. Se vio también en los indicadores: la deserción escolar empezó a disminuir, y con ella se desmoronaron viejas excusas para la violencia.

Hoy, el sur de Bolívar respira un aire nuevo. No es que los problemas hayan desaparecido, pero algo ha cambiado en lo profundo. Las garzas siguen volando sobre las aguas, pero ahora lo hacen acompañadas del sonido de tambores, de las voces de una comunidad que se reconstruye. La Policía cuida y protege pero también acompaña y sonríe junto a los que la necesitan.

Porque cuando un niño dice que quiere ser policía y en sus ojos brilla el color del cielo, y en su voz vibra el murmullo del río, y en sus pasos hay columpios, vuelo de libélulas y abrazos fraternos… es que algo hermoso —y verdadero— está naciendo en el sur.

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