miércoles, abril 23, 2025

El cobro de cada día y el precio de la amenaza: la historia de Gina Polo

Barranquilla, una noche cualquiera. En el barrio Los Olivos, donde las luces del alumbrado titilan más de lo que alumbran, Gina Isabel Polo Polo, una mujer de 41 años dedicada al «cobradiario», se encontraba en la parte externa de su casa, quizás tomando un respiro después de un largo día de trabajo.

Pero el silencio se rompió con el rugido de una moto. Eran dos hombres. El parrillero no titubeó: sacó un arma y disparó. Un solo tiro, directo a la pelvis, con salida por el glúteo izquierdo. Gina cayó. El miedo, esa presencia constante para quienes trabajan en las sombras de la informalidad, se materializó de golpe.

Un familiar corrió a auxiliarla. En medio de la confusión, la subieron a un vehículo y la llevaron a la Clínica Reina Catalina. Allí lucha por recuperarse, en una camilla que por ahora es su refugio temporal.

Según contaron sus familiares a las autoridades, esta no era la primera señal de peligro. En febrero, Gina recibió mensajes de texto que la ponían contra la pared: “Tienes 24 horas para dejar el cobro diario en Soledad o acabamos contigo”. Palabras frías, escritas con la intención de hacer daño. Y ayer, al parecer, alguien quiso cumplir esa amenaza.

El cobradiario —una actividad tan común como peligrosa en los barrios populares— no solo enfrenta a quienes lo ejercen con deudas ajenas, sino también con códigos que dictan quién puede o no puede operar en ciertos territorios.

La historia de Gina Polo no es solo un caso policial. Es el retrato de muchas mujeres que, empujadas por la necesidad, se arriesgan todos los días en un sistema sin garantías, donde el precio de trabajar puede ser la propia vida.

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