Por David Awad V.
En el corazón de la Vía 40, arteria industrial de Barranquilla, se erguía uno de los íconos más entrañables del desarrollo económico y social de la ciudad: Industrias KICO, una empresa que no solo fabricó juguetes, sino que marcó la memoria colectiva de varias generaciones de barranquilleros.
Fundada en 1928 por Carlos Kalusin, un inmigrante polaco miembro de la comunidad judía, KICO (Kalusin Importing Company) se convirtió en una de las primeras y más emblemáticas fábricas de artículos plásticos del país. Kalusin, quien comenzó su vida laboral en Colombia como agente vendedor, no tardó en reunir el capital suficiente para iniciar su propio sueño empresarial. Su visión fue clara: traer al país tecnología de punta para producir localmente lo que hasta entonces se importaba.

Ya para 1939, KICO marcaba un hito industrial al importar la primera máquina de inyección de plásticos de Colombia. Esto permitió a la empresa no solo diversificar su producción, sino también dar paso a la fabricación de uno de sus productos más recordados: los juguetes de plástico moldeado, que desde finales de los años 40 se convirtieron en parte inseparable de las navidades costeñas.
En un edificio construido en 1948 por el arquitecto Samul Pancer, KICO se consolidó como una verdadera institución barranquillera. Allí se fabricaban los populares muñequitos de celuloide, que muchas niñas y niños costeños recuerdan con ternura. En tiempos donde los juguetes eran lujo, KICO los convirtió en algo accesible, fabricando desde pistolas de agua, muñecas rígidas, figuras de animales, camiones, crucifijos multicolores, hasta los inolvidables “Lalitos”, que muchos aún atesoran como reliquias.






Su principal competidor era INTECO, pero KICO tenía una identidad única: era la fábrica del barrio, la que distribuía alegría, la que aparecía en las publicidades de fin de año y en los catálogos de promociones, como aquellas de Café Universal, donde los niños cambiaban sobres por juguetes justo en la esquina de la vía 40 con calle 72.



Incluso se dice que en los años 70, Carlos Villagrán, el popular “Kiko” del Chavo del 8, habría grabado un comercial para la empresa, dirigido al mercado venezolano, donde los productos de KICO tenían una alta demanda. En Venezuela, las pistolas Taki-Taki, las muñecas plásticas rígidas y demás artículos de la marca, eran sinónimo de calidad y durabilidad.



Pero KICO era mucho más que una fábrica de juguetes. También produjo en sus inicios pañuelos, peines, abrigos y artículos para el hogar, y fue una importante fuente de empleo para la ciudad. El cubano judío Jaime Falkson, fue por muchos años su jefe de personal. El abogado Roberto Ferro Bayona representó legalmente la empresa, y doña Gloria, su secretaria, permaneció en funciones hasta bien entrado el año 2010.
Carlos Kalusin, fallecido en 1987, no solo fue un industrial visionario, también fue uno de los principales donantes fundadores de la Universidad del Norte, reafirmando su compromiso con el desarrollo y la educación en la región Caribe.


Aunque la fábrica cerró sus puertas hace años, el legado de KICO aún vive. Vive en los recuerdos de diciembre, en los juguetes heredados, en las vitrinas de los coleccionistas y en la historia de una Barranquilla que creció al ritmo de sus máquinas de moldeo.

Hoy, la antigua sede de Industrias KICO, aunque silenciosa, permanece en pie como testigo de un tiempo en el que los sueños de plástico tenían forma de infancia feliz.