El viernes 11 de abril, Santa Marta amaneció con sol, brisa y mar… pero también con la noticia de una tragedia. A las 8:00 de la mañana, en el sector de Pozos Colorados, Jorge Almanza, un adulto mayor que solía recorrer las calles en su bicicleta, fue embestido por una motocicleta que, según testigos, volaba sobre el asfalto como si no existieran frenos ni límites.
Don Jorge, como lo conocían algunos vecinos, se desplazaba cerca de la bajada que conduce a la estación de la Bomba Zuca. Era un trayecto que conocía bien. Lo había hecho muchas veces. Pero esta vez no llegó a destino.
El golpe fue seco, fuerte. Quienes estaban cerca corrieron a ayudar. Minutos después, una ambulancia lo trasladó a una clínica de la ciudad. Hubo esperanza durante unas horas. Lucha. Médicos. Silencio. Pero al final de la tarde, la noticia se confirmó: Jorge Almanza no sobrevivió a las heridas.
Tenía años, quizás décadas, pedaleando por la ciudad. Y aunque no era conocido por todos, su muerte se sintió. Porque no es solo un accidente. Es una historia que se repite con demasiada frecuencia: la de un peatón, un ciclista, un adulto mayor que muere en las calles por la imprudencia, por el descuido, por la velocidad.
Ahora las autoridades investigan. Tratan de entender qué pasó exactamente. Pero hay algo que no necesita mayor análisis: en las vías, seguimos perdiendo vidas que importan, que cuentan, que tienen nombre. Como Jorge.