martes, marzo 11, 2025

Las locuras del poder

Por Ulises Redondo Cienfuegos

El miércoles 5 de febrero, el presidente Gustavo Petro decidió desarrollar un consejo de ministros a la luz pública para tratar temas como el cumplimiento de compromisos entre el Gobierno Nacional y el pueblo. Este informe de compromisos fue elaborado por Armando Benedetti, el adversario de algunos ministros. La reacción fue la esperada. Nadie se sinceró ante el informe presentado, no porque hubiese trampas en el informe, no lo creo, sino porque no le iban a dar gusto al maquiavélico Jefe de Despacho.
“Hay 195 compromisos hechos, establecidos con el pueblo, de los cuales 146 no se han cumplido hasta el momento, señores y señores. Anoten, los tengo todos por Ministerio”, dijo el Presidente Petro. En el ambiente quedó flotando la idea de que el incumplimiento de los ministros se debía a una doble agenda política y posible corrupción.
Nadie se sincera en público. La sentencia es cruelmente verdadera: «virtudes en público, defectos en privado». Ningún ministro se iba a aplicar el harakiri revelando una doble agenda política, tampoco se suicidaría políticamente, revelando maniobras sutiles, no detectadas por el presidente, para robarse el presupuesto y enriquecerse.
Solo mediante hipnosis, o aplicando el «suero de la verdad», como las técnicas de espías vistas en el cine, es decir, solo inconscientemente, alguien puede decir la verdad. Conscientemente, o voluntariamente, solo mediante tortura. De ahí en adelante ni por medio de confesión a un sacerdote, o a un juez, casi nadie se declara culpable. Eventualmente, mediante el detector de mentira (poligrafo) aparato que mide las pruebas fisiológicas de una persona se puede determinar si miente.
Le corresponde a los entes de control investigar la verdad para corroborar si algunos ministros de Petro han incurrido en corrupción administrativa, porque insisto nadie se delata a sí mismo en audiencia pública.
Como a Benedetti y a Laura Sarabia, varios ministros de Petro los acusan de no representar el proyecto de izquierda, es menester decir cuáles son los principios éticos de la izquierda:
1.Universalismo, que puede traducirse como lucha contra cualquier tipo de dominación colonial, sea esta económica, social, racial, cultural, etc., por tanto contra el imperialismo

  1. Diferenciación entre el poder y la justicia.
  2. El progreso.
  3. La justicia social, lucha contra la desigualdad económica y social. Dentro de la misma debe incluirse la lucha contra el patriarcalismo.
    Es cierto, a diferencia de la derecha que es tribal, porque solo favorece a familias y amigos, la izquierda es universal. Pero la izquierda debe salvaguardar los principios éticos que la constituyen y eso no es sectarismo. El sectarismo que ha destruido a la izquierda es aquel que no practica estos principios éticos básicos o los practica a medias. Principios éticos y sectarismo se auto excluyen, se niegan. Porque todos los hombres y mujeres que abrazan estos principios éticos, deberían juntarse fraternalmente en una sola lucha y no en sectas que rivalizan tontamente por querer buscar interpretaciones en los principios. Puede que se interpreten diferentes formas tácticas y estratégicas de emprender las luchas sociales, pero los principios éticos siguen siendo los mismos. Estamos en contra de los sectarismos de izquierda. Pero la exclusión, incluso la auto exclusión de quien no haga suyos esos principios éticos es una cuestión que no riñe con la lógica.
    Ahora bien, nadie es puro, sin embargo, esto no puede ser argumento para no cuidar los principios morales fundadores de cualquier sociedad. Nadie es inocente, es cierto, pero hay unos más culpables que otros. Hay culpas que son sancionables con cárcel y otras no. Porque si no se diferenciaran las culpas y todos fuésemos culpables por cualquier falta a la moral, cualquiera tendría el derecho de asumir el comportamiento que más le conviniera. ¿Si todos somos culpables, al mismo nivel, por qué deberíamos empeñarnos en cambios individuales y sociales? A no ser que alguien salga favorecido individualmente.
    Sobre las segundas oportunidades (a Benedetti) también puede haber falta de diferenciación entre poder y justicia. ¿Por qué Bolívar perdonó a Santander, quien intentó asesinarlo y en cambio hizo fusilar a José Prudencio Padilla, por participar en la Conspiración Septembrina de 1828, la misma de la cual se acusó a Santander?
    A partir de 1930 se desencadenó la llamada Gran Purga o Gran terror de Stalin. Cientos de miles de miembros del Partido Comunista Soviético , socialistas, anarquistas y opositores fueron perseguidos, juzgados y, finalmente, desterrados, encarcelados o ejecutados en los campos de concentración gulags.
    Petro dijo: “porque después de cada revolución a los hijos de la revolución los mata la revolución”.
    Stalin mató a miembros de la revolución bolchevique, pero precisamente porque se le olvidó diferenciar entre justicia y poder. Se enloqueció con el poder, fue víctima de su propio poder. Lo dijo el historiador británico John Emerich Edward: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Los errores de la revolución son normales, pero los horrores hay que achacárselos a las locuras del poder.
    ¿Hay justicia sin poder? ¿Es posible aplicar la justicia en todo tiempo y lugar? ¿Los cambios sociales son impuestos siempre por el mero ejercicio del poder y la fuerza y no por lo que es justo?

El sofista Trasímaco expresó: «Justicia no es otra cosa sino la ventaja del más fuerte; la obediencia a las leyes, y el provecho del otro (cosificación o instrumentalización), es decir el medio del que se vale el que manda para sacar provecho del que obedece.

Trasímaco sostiene, entre otras ideas, que lo “justo” (el cumplimiento de las leyes) es en realidad una imposición de los gobernantes en vistas de su propia conveniencia. Negando una concepción trascendente de justicia, considera que ésta es el medio del que se vale el que manda para obtener provecho del que obedece. En la concepción antropológica de Trasímaco, el hombre es interpretado como un ser esencialmente egoísta, poseído por una sed de poder. Admite que hay personas justas que se someten pasivamente a intereses ajenos, pero los considera los eternos perdedores de todas las interacciones humanas.

El presidente Petro, se auto excluye de la izquierda. Eso no sorprende a nadie. Su militancia nunca lo fue. Se niega, inconscientemente, tal vez, a cumplir todos los principios éticos y señala a sus amigos de padecer de un mal que lo afecta a él, también. Petro se define como humanista, como si los principios éticos de la izquierda no fueran humanistas. Hay circunstancias, condiciones históricas de violencia, fuerzas ejercidas por el conservadurismo rancio que mira a la izquierda como un enemigo interno y no como un adversario, que elimina físicamente al que piensa diferente como si ese fuera un delito, que impiden desarrollar todos los principios éticos de la izquierda. Un presidente de izquierda, revolucionario hasta los tuétanos, tal vez se vea impedido por las circunstancias o condiciones objetivas y subjetivas del pueblo a bajarle a su ímpetu, puede que por esa razón no desarrolle todo el ideario político, puede por esa razón ser considerado por sus partidarios como tibio y cobarde, pero no por eso debería renunciar a sus principios éticos como los máximos enunciados utópicos. No hay izquierda sin ética. Sin el cuidado de esos principios muere la izquierda. Eso explica, tal vez, por qué Petro no lo es.

Acaso no es sectario aquel cuyo comportamiento es autocrático, el que no escucha a sus ministros, el que no es auto critico. No es sectario aquel que piensa: «quien no está conmigo esta contra mí». ¿Quién entonces es puro e infalible? Yo diría, la idea de ser Dios. Pero para que exista la idea debe existir quien la piensa.
Se jacta usted, señor presidente, con una arrogancia que no corresponde a un revolucionario puro, que de los votos totales que lo eligieron a usted, presidente de la República, las fuerzas aliadas, congresistas, ministros, exministros, dirigentes, activistas, etc. de la coalición Pacto Histórico solo sumaron: “Tal vez tres millones, dos millones, a lo sumo un millón de votos, (…) el resto de votos los puse yo”. Déjele ese desagradable asunto a los politiqueros. Los triunfos de una revolucion en cierne, no se cuantifican en votos, aunque en la mecánica electoral, cuentan. Parte de ese triunfo hay que enmarcarlo en la solidaridad y el afecto, en el acumulado de los pueblos que resisten con dignidad. Otra parte le corresponde a los desesperanzados, olvidados y cansados de la exclusión que sin pertenecer a ningún partido, votaron por usted, creyéndo que su opción era la menos mala. Ese exitismo propio de la cultura neoliberal, no le luce a usted, señor presidente.
Dice Petro: No somos un sindicato, pero ¿acaso, en la otra orilla no podría surgir otro sindicato con el sello de Benedetti y Sarabia? Expresa Petro: “el presidente es revolucionario, pero sus ministros no”. ¿No deja entrever esa actitud un tinte de pureza? Manifiesta: quien esté libre de culpas que tire la primera piedra. ¿Usted no la tiraría señor presidente, porque es revolucionario puro? Expresa: “no me dejo acorralar de nadie”. ¿Quién lo acorrala? ¿No es usted quien manda? ¿Qué le impide pedirle la renuncia a los autores de un posible boicot? ¿Acaso, con su actitud, no le está entregando las llaves a Benedetti y Sarabia, para que lo encierren?

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