Siempre está y no me pasa desapercibido, aquel infante de piedra de mirada suave y penetrante, desafiante pero noble, y recostado entre las luces cálidas y frías del jardín interior de la casa.
Es un chico vago, fresco y descuidado; aunque sereno, alegre y transparente de pies a cabeza, inspirando calma pero también rebeldía.
No es un joven cualquiera, un poco excéntrico;lo cierto es que es extraño y su silencio me comunica la existencia de su vejez prematura y sus sueños perdidos entre los faroles y los helechos.. Y a la expectativa que no salgan caimanes dentro de las plantas ni mucho menos un garfio de alguna mano para enbestirlo.
Y sigue sentado, en posición relajada; a la espera de nada y como nada dice, su vida no trasciende más allá de aquel patio interior, siendo así una exposición más de un recuerdo lejano o cercano para quien no le es indiferente, pues en algún rincón del inconsciente se nos habrá sido pariente esta situación o circunstancia.
Adiós, niño de piedra.