Prometieron amarse hasta después de muertos

Por: Guillermo Luis Nieto Molina

Fue una oblación solemne, mirándose a los ojos, compartieron la chispa de vida, que se irradiaba en el iris de los dos.

Lo acordado, se cumplió.

Cada día por medio, la tumba de él y cada día por medio, la bóveda de ella, amanecía húmeda y las flores desordenadas.

Cuentan los guardianes del camposanto, que en las noches, cuando el supremo silencio se pasea buscando ruido, se escuchaban apasionados alaridos, como los que se oían en las afueras del teatro cuando proyectaban las películas de sexo.